domingo, 29 de noviembre de 2015


UNA TARDE CUALQUIERA... DESDE QUE ESTÁS AQUÍ


Una tarde de aquel lluvioso otoño, cuando la débil luz que se filtraba a través de los árboles del parque, apenas si iluminaba la habitación, Guillermo acababa de finalizar uno de esos relatos que de vez en cuando le daba por escribir. Volvió a releerlo, sobre todo un párrafo que no terminaba de agradarle y, cuando ya estuvo conforme, le dio a la opción de guardar, se giró y se puso a mirar hacia la ventana con las manos detrás de la nuca y los pies encima de la mesita.

En ese momento le llegó el ruido que hizo la puertecilla del microondas donde Manuela había puesto a calentar una jarrita de leche. También la oyó a ella, aunque muy débilmente, canturrear una canción. Y es que le daba vergüenza porque decía que cantaba muy mal.

Un día le pregunté a Guillermo si eso era verdad, y me dijo que no lo sabía porque nunca la había escuchado cantar.

-  Canturrear... solo de vez en cuando, pero lo que se dice cantar... cantar, jamás.


Tomaron ese café y, mientras Manuela miraba la lluvia empapando las jacarandas a través de la ventana, Guillermo hacía como si no se enterara de nada. Enterarse de aquel sencillo pero precioso momento en que disfrutaba admirando su perfil recortado sobre la penumbra de la tarde que ya se marchaba.

- Oye ¿qué te parece si bajo un momento a comparar unos cruasanes y merendamos? 
- Vale pero yo me voy contigo. Me apetece pasear un poco bajo el paraguas.

Cruzaron el parque recién lavado por el agua de la lluvia y luego, bajo los soportales, caminaron hasta el horno.

- ¿Sabes ? - le decía Manuela - a veces, sin hacer nada en especial, me siento más feliz y contenta que otros días en que parece que hice algo importante.
- Bueno... creo que eso suele pasar aunque no creo que tampoco sea bueno el tener que calificar continuamente las cosas que hacemos ¿no te parece?
- Puede... ¿Oye, llevas dinero? yo no me he traído.

Compraron los cruasanes y, despaciosamente, esta vez fuera de los soportales bajo el paraguas, regresaron dándole la vuelta a la plaza y cruzando de nuevo el parque.

- ¿Sabes...?
- Dime.
- No, que a veces lo que te hace feliz, lo que hace cambiar tu vida es darte cuenta de que esa persona que no estaba llegó, o ésa que nunca se fue parece como si todos los días llegase.
- Me gusta lo que dices.
- Algún día tenía que tocarme.
- ¿Quieres la patita de un cruasán? Aún están calentitos.
- No, mejor cuando lleguemos a casa. Abrázame, anda.     




martes, 24 de noviembre de 2015



REFLEJOS DE MADRUGADA

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Reflejos de madrugada sobre un cuerpo de mujer, desnudo, del mismo modo como la trajeron al mundo. Es la hora en que la pasión se echó a dormir, quedando en el paisaje una sutil geometría de luces y sombras, de rectas y curvas.



Recta que se despliega infinita, en el horizonte escondida, y curvas las que marcan con elegancia su apariencia de dunas.

¡Oh redondez! La de la luna ¡Oh la de los pequeños luceros que la acompañan! ¡Oh hermosura florentina! como con disfraz de poeta llamé una vez a esa redondez donde su espalda termina.

Agradable brisa, noche nochera la del paisaje, la del viento suave, la que el silencio enmudece cuando dormida... ella suspira.



lunes, 9 de noviembre de 2015



CONCRETANDO QUE ES GERUNDIO

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Con lo buenas y sanas que son las hamburguesas del Patodonald, yo no sé cómo hay gente que todavía prefiere... por ejemplo, los pinchitos morunos esos que, encima, llevan especias y todo. La verdad, es que no sé cómo tienen estómago - me dijo una vez un enemigo pues, desde luego, amigo seguro que no era.

Viene esto a cuento por lo siguiente: Yo tengo otro amigo, pero éste amigo, amigo que, nada más despertarse, echa la vista hacia adelante para ver cómo se presenta el día. Entonces pone un mohín de desagrado si no le gusta, o sonríe abiertamente si es de su agrado, como esa mañana felizmente ocurría.

Bien, pues resulta que ese amigo dudaba entre ponerle laurel o no a una caldereta de rape que iba a preparar, al atardecer, para darle de cenar a unos amigos. Entonces me llamó por teléfono y me lo preguntó. Naturalmente le dije que sí y que además tampoco le venía mal un poco de romero.

El romero por su agradable aroma y el laurel, aparte de su sabor, porque ayudaba a mantener las mentes, sabias, ingeniosas y un pelín dicharacheras.

- No en balde - le dije - ya en la antigüedad coronaban, con esta especia, la frente de aquellas cabezas preclaras, tan henchidas de sabiduría.

Bueno, pues también tengo otro amigo, por cierto que me lo he encontrado esta mañana frente al espejo de mi cuarto de baño, que se lía a escribir sin ton ni son y cuando te quieres dar cuenta no ha contado nada de nada. Vamos, ni una pequeña historia que empiece y termine, naturalmente, bien.

El pobre a veces se preocupa porque hay algunas personas de la Red que le tiran hortalizas - virtuales, eso sí - de todo tipo porque las perdices ¡a ver si te enteras! son para después comérselas, y no para verlas volar por ahí.

Esto... un momento, que se me ha ido el santo al cielo ¿de qué estaba hablando? joder... vamos, ni acordarme ¿A ver si me va a pasar como el amigo ése que me he encontrado esta mañana frente al espejo? ¡Jesús... Jesús!

Bueno, os dejo, que me pongo los cascos para escuchar algo que tengo por ahí en uno de mis cojones. Nada, que la puñetera tecla ésta de la a, unas veces funciona y otras no. 

Tecnología punta... ¡Y una mierda!


  

martes, 3 de noviembre de 2015



ANTEAYER LLOVIÓ MUCHO POR AQUÍ


Aun así, vino bastante gente al Café. La verdad es que se estaba muy bien, el ambiente era cálido y agradaba ver, a través de los lagrimones de los cristales, cómo corrían unas muchachas bajo el aguacero, camino del colegio, con sus vistosas mochilas y sus chubasqueros.

Era la hora larga del desayuno. Esa hora larga en la que se lee el periódico, se tiene mucho tino para volcar poco a poco la aceitera sobre el pan tostado, mientras se oye el ruido de la cafetera como si fuese una locomotora a punto de partir. A mi lado tengo al viejo escritor, que sigue sin querer entregar sus escritos a su fallecido editor, tomándose unos picatostes con el café. Me gusta como huele el café del Café de Zhivago. Es un aroma que reconforta, que despierta, que te ayuda a caminar el día. 

Amadeus, el cerillero, me hace señas desde lejos enseñándome la carátula de un disco como si me preguntara si me parecía bien la elección, y yo le he levantado mi pulgar derecho poniendo cara de ilusión. La verdad es que desde esa distancia no lo distinguía muy bien, pero siempre confié en su buen gusto. Amadeus, en realidad, se llama Amadeo Gutiérrez, pero una tarde de primavera le puse Amadeus, al saber de su admiración por Mozart. 



Ahora que la he escuchado, pienso que hubiera preferido otra música. Para el momento... quizás algo más lento, un adagio, por ejemplo, pero Amadeus manda. El piano chopiniano me parece un buen acompañante para la lluvia, es más, un día en que hablaba con Federico, me dijo que muchas de sus composiciones estuvieron inspiradas por esa lluvia que caía. Y me decía... 

Cada gota una nota, cada dos atento a un si bemol y cada tres, por si me olvido, un fa o mejor un do sostenido. Dicen que la música algo tiene que ver con las matemáticas. Que me aspen, que se decía hace unos siglos, inquisidoramente hablando, si entiendo semejante comparanza.

Ya terminé de desayunar. Antes, alguna que otra vez, me echaba un cigarrito pero como ya dejé de fumar y además en los Cafés ya no se puede, pues me entretengo en mirar los dibujos que hace la lluvia desparramándose lentamente por el ventanal.

Hoy me gustaría escribir algo diferente pero no se me ocurre nada. Y es que a veces las musas me ponen los cuernos hasta con el lucero del alba. Voy a ver si me hago el dormido y entonces al pasar las pillo.   

lunes, 2 de noviembre de 2015



ESE BÚHO TAN TIERNO QUE TODOS LLEVAMOS DENTRO 

Aquella noche tenía el cuerpo tan de jota, que me hubiera dejado besar en la boca... a poco que ella hubiera puesto algo de su parte.


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A TI QUE NUNCA PUDISTE VER


Haberte escrito un poema quería
en la excitante humedad de tu boca
o en el margen de tu mirada ida
cuando, a distancia tan poca
sin ver, mirando besabas todo lo que te encontrabas.

Pero en aquella tarde serena,
al rasgar mi alma al abrazarme
con caricias de ternura llena
de fugaz silencio y beso suave,
me escribiste tú el poema
mientras esa lágrima secabas
de color, de luz y de mirada.

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PREGUNTA

¿Por qué nos costará tanto, a unos y otros, reconocer que no fue un malentendido sino que lo que ocurrió es que metimos la pata hasta el corvejón?




domingo, 1 de noviembre de 2015




CAMINANDO POR LA ORILLA


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Eran los últimos rayos del día cuando, cansado por levantarse tan de mañana, el sol se ocultaba tras la montaña para ponerse ya el pijama. La playa estaba tranquila, apenas si había gente, una pareja peleaba por ocupar ambos el mismo lugar de la toalla mientras, a lo lejos, un perro desatado le ladraba a las olas.

Contra lo que no era mi costumbre, me había bajado una novela que estaba naturalmente mal leyendo, por quedarme extasiado unas veces con la belleza del mar y otras, por enterrar los pies en la arena y respirar mirando hacia el cielo aquel aire salino, que despertaba una y otra vez mis recuerdos más dormidos. 

Observaba la amplitud de la playa cuando, al girar la cabeza, distinguí una silueta que avanzaba despacio andando por la orilla. Era la figura de una mujer, de eso no había dudas y, aunque a esa distancia no se le adivinaban los rasgos, sí que parecía tener un aspecto muy agradable.

Entonces, quise tomar el libro de nuevo pero lo volví a dejar para incorporarme un poco más y convertirme, de esa forma, en un espectador de excepción por no querer perderme aquel modo de caminar. Caminar que, a medida que se iba acercando, daba a aquella imagen un tono de misterio y de sugerente atractivo. Me puse las gafas de sol como esos espías que quieren que no se les note que están por la labor y, abrazando mis rodillas, me puse a mirarla con atención:

Tenía los ojos oscuros, alargados y pestañosos, su boca era hermosa, las piernas muy bien formadas, y sus pechos al andar, parecían dos palomas que, a cámara lenta, quisieran escapar. Marcaba muy bien sus pómulos mirando hacia la luz que se escapaba rápida por el frente, aunque hubo un momento en que se volvió a la derecha como si alguien la llamara desde el horizonte.



Según se alejaba, pienso que me hubiera gustado saber qué hacía ella en la playa. Sí, ya lo sé, pasear como también estaba yo allí leyendo un libro sin leer. Y es que a veces a las playas solitarias se va huyendo de algo aunque no se reconozca. 

Por ejemplo... de una decepción, de una ausencia, de una tristeza, de... de... Pero ¿y yo? ¿de qué estaba huyendo yo? Pues sí, ya lo sé, pero ésa es otra historia. A mí me interesaría saber la de ella ¡Pero si la acabas de conocer...! - me dije - Me da igual. Pues no sé cómo lo vas a averiguar, como no te lo inventes...

Ahora que lo pienso ¿por qué me gustará tanto ver a una mujer solitaria caminando descalza por la misma orilla del mar?

- Mira, ahora ha dejado de caminar y se ha sentado muy cerca de las olas ¿sabes una cosa?
- Dime.
- Yo la he visto tristona pero no demasiado porque se la veía segura, creo que ya había tomado la decisión.
- ¿La decisión de qué?
- Pues la decisión de dejarlo. A mí me pareció que ese hombre era poco para ella.
- ¡Virgen Santa!
- ¿Pero qué te pasa ahora?
- Desde luego no sé si acertarás, pero a imaginación no hay quien te gane.








LA PRIMERA VEZ


La primera vez que aspiré su olor, fue una mañana en que pasó tan cerca de mí que creo que dejó impregnada mi ropa. Y eso sin haberme rozado siquiera. Aquella fragancia, tan agradablemente fresca, hizo que mi imaginación se paseara por entre frondosos jardines, de esos que están abarrotados de rododendros y algunos jazmines.

La primera vez que escuché su voz – fue a la semana siguiente cuando volvió - se me coló en el alma en la manera en que ese dulce sosiego que a veces sentimos, tanto nos reconforta. Tan sólo pasaron segundos y aún hoy no sabría muy bien decirte si quedé más impresionado con su sonido o con las cuidadas pausas que hacía al expresarse. Todo eso me provocaba una gran serenidad y una agradable sensación de cercanía.

Pero la primera vez que pude admirar su belleza ¡cuánta emoción se agolpó entonces en mi pecho! Fue unos días después de que alguien me la presentara. Se llamaba Lucía ¡qué nombre tan bonito! 

Pues bien, aquella tarde fuimos a dar un paseo. Ella se cogió de mi brazo apreciando yo, como antes no me había ocurrido, el sonido que hacía la falda de su vestido al caminar tan cerca de mí. Entonces, como conocía muy bien aquel parque por haber ido muchas veces, me encaminé hacia el gran árbol que había cerca del templete donde los domingos tocaba allí una banda de música.

Al llegar, se oía el murmullo que hacían las hojas por encima de nuestras cabezas, entonces fue el momento en que me atreví a poner mis dedos sobre su cara recorriendo muy despacio sus pómulos, sus ojos, su frente, sus mejillas, y os puedo asegurar que nunca nada en el mundo me pareció tan bello. Sólo me faltó saber una cosa porque... no sé por qué, pero no quise preguntárselo, y es que... ¿de qué color serían sus ojos?





CONVERSACIÓN ENTRE DOS AMIGOS

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- Oye, Albert.
- Dime, Rabindra.
- ¿Tú eres de ciencias o de letras?
- ¿A ti qué te parece?
- Hombre, lo digo por esos pelos que llevas de loca...
- Pues anda que tú ¡Mira el indio por donde nos sale ahora, con esa barba que te has dejado que pareces un auténtico chivo!
- Es que yo no soy de ciencias.
- ¡Naturalmente! Ni aunque quisieras, Para ser de ciencias hay que tener un puntito.



- Pues tú debes tenerlo muy chico porque ni se te ve. Además ¿no me jodas que por esa mierdecilla de fórmula, E=mc², te dieron el Nobel?
- Pues no, el Nobel de Física me lo dieron por una cosa que se llama el Efecto Fotoeléctrico, so espabilao.
- Ya decía yo...
- Ya decías tú, no. Lo que pasa es que el que tenía que calibrar mi Teoría de la Relatividad, no entendía ni flores de lo que yo en ella decía. Aunque lo tuyo... lo tuyo sí que tiene delito, vamos, darte el Nobel de Literatura por semejante cosa.



- ¿A qué te refieres, si puede saberse? Listo, que eres un listo...
- Pues a la mariconada esa de que... Si lloras. las lágrimas no te dejarán ver las estrellas ¿Pero se puede ser más cursi!
- ¡Ay, señor, señor! ¿Pero cómo le voy a a hablar de sensibilidad a alguien que lo más tierno que ha visto en su vida es un desfile de la Wehrmacht?
- ¿Que yo he visto un desfile de la Wehrmacht? ¡Una leche!
- Pues para mí, un cortadito, porfa.

Y aquellos dos amigos, aquellas dos cabezas pensantes, tan buenas como para llevar tablas al horno, se fueron bulevar abajo, asidos del brazo y disfrutando de su conversación y de la buena tarde que hacía.