viernes, 27 de septiembre de 2019

SE LLAMABA CLARA... 

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Hubo un tiempo en que esas niñas de faldas tan deformadas por tanta sentada mansamariana, provocaban el alma de mis apetitos, hasta entonces en calma, alborotándolos por causa de esos oscuros y dilatados fruncidos, por donde más de una vez soñé con exhalar mis suspiros. Pero no hubo lugar, tuvo que ser pasados unos años, pocos, cuando se presentó la oportunidad.

Hubo un tiempo también en que empecé a sentirme otro, a ser hasta displicente en las formas, a querer estar con frecuencia solo, sin importarme la gente ni su decoro. Tiempo de verano en que al atardecer paseaba hasta la punta del muelle sin hacer caso a mis sentimientos, e importándome todavía menos si a veces escupía a barlovento.

De aquellas prácticas y pensamientos me quedó un rescoldo que a veces me viene bien entre gentes de natural sonoro, con la que no hay más remedio que hacerse el sordo. Tiempos de ignorancia y de pocos contrastes ¡qué monotonía y qué colección de disparates!

Pero qué bien los que luego vinieron y durante los cuales nunca vi la viga en el propio ni la paja en ajeno. Sólo hablaré del principio porque esos, los que luego vinieron, esos... me los guardo.

Ella se llamaba Clara, y vino a Madrid desde Ponferrada. Tenía la tez de una palidez extrema y sus ojos de una belleza obscena. Nos conocimos en Madrid, en la cola de ese pequeño cine que hace ya muchos años que no existe, el Azul, de la Gran Vía,
donde echaban una peli en que una mujer con los ojos como albercas, ahogaba en sus profundidades las pretensiones de un iluso que soñaba mecer en ella sus habilidades.

- Era buena la música y la chica qué guapa ¿verdad? - me dijo Clara.

Pero luego, mientras paseábamos, le respondí... bueno, no me atreví a decírselo solo lo pensé, pues nos acabábamos de conocer.

- Pues para eso no hacía falta concentrarse en la pantalla, sino que con mirar de reojo su perfil de Diosa romana, bastaba. 

Ella se llamaba Clara, y vino a Madrid desde Ponferrada.


jueves, 26 de septiembre de 2019


EL MUCHACHO QUE NO SABÍA LO QUE SE ECHA DE MENOS LO QUE NO SE VALORA CUANDO SE TIENE

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Pasados los años aquel muchacho regresó a la ciudad y la vio a través de la ventana del Cuchara de Plata, un lugar donde tantas veces, charlando, tomaron café. Ella estaba preciosa, tanto que no comprendía cómo pudo decirle adiós.

Parecía estar sola pero él sabía que aquello tenía remedio. Sería muy fácil. Y es que ella lo había querido tanto... Entonces se dijo: 

- Bastará con que me acerque y le hable dulcemente al oído recordando aquellos días pasados en los que me quiso con ese amor que siempre me decía que jamás moriría.


Y con esa confianza entró, se sentó a su lado y ella le preguntó que dónde había estado durante todo este tiempo, pues no supo nada desde que se fue. Pero por toda respuesta, él le contestó que era un buen momento para retomar las cosas y continuar justo en el punto en que lo habían dejado.

Fue entonces cuando muy despacio ella se levantó camino de la puerta mientras él, con una amarga gota de sorpresa y pánico en la garganta, la oyó que decía
- Sí, pero lo que ahora necesito, jamás ya podrás dármelo. Y eso a pesar de que te quise tanto.
                    

miércoles, 25 de septiembre de 2019

NO SON ESOS DÍAS

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En la postrera soledad de la parábola muerta
a mis amigos añoro en el bucle de la regresión perdida
antes sana, ahora herida
por la ilusión disfrazada 
ahora bonanza, luego tormenta
por las dudas de una mirada tuerta.
Jamás volverá la hoja en la rama o la quietud en el alma
o en la hoguera la llama, jamás
por tener los ojos cerrados 
con la llave de un pensamiento viciado
verde en los campos, pardos los tejados.


martes, 24 de septiembre de 2019

NAVEGANDO
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Atardecía cuando me invitó a dar una vuelta en su barquito.
- Pero, mujer, si yo no sé nada de navegar ni de marinería...
- Eso no importa, tú déjate llevar - me dijo - confía en mí, verás como hasta los colores te parecerán de otro confín.

Y me parecieron, y me dijo cosas que no imaginé que me diría, ni tampoco que jamás olvidaría. 
                          

Recuerdo que la mar estaba preciosa y nos cruzamos también con otras embarcaciones. La brisa entre fresca y salada, y sus ojos me miraron quietos cuando el sol se desmayaba.



APAPOSTIADA NO VIENE EN EL DRAE, D. MATÍAS
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- Oiga.
- Dígame D. Senén.
- No, nada, D. Matías, es respecto a lo que hablábamos antes...
- ¿Lo de las mujeres?
- Sí eso, es que lo que quería decirle...
- A ver, dígame.


- Pues que hay mujeres que alcanzan su mayor atractivo cuando se les queda esa cara de apapostiada tan...
- ¿Y cuál es esa cara si puede saberse?
- Pues si hay que decírselo, eso es que nunca la vio.
- O no me di cuenta o desconozco lo que esa palabrita quiere decir. A ver...
- Esa palabra no viene en el DRAE, D. Matías, es de la jerigonza que usábamos unos amigos de lejanos y felices recuerdos.
- Pues entonces si no me la explica usted...
- Mire el vídeo, ande, mírelo bien porque mucho tiene que ver con ese ligero bizqueo que a algunas mujeres, en  según qué momentos, ataca. No le digo ya si encima algo de ese bizqueo padecen
- Ya... no obstante en aquellos tiempos ¿usted sería algo enrevesadillo, no?
- Eso me dijo una vez ella, D. Matías, eso me dijo la muy ladina.



LA DANZA DE LAS HORAS DE TODOS LOS AÑOS

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Dentro de muy poco, no sé qué fin de semana será, pero otra vez a pasarnos la mañana del domingo poniendo los relojes en hora. Y otra vez lo mismo: Unos, que así se ahorra energía y otros, que sí pero que a costa de nuestro  bienestar interior. En fin, lo de las dos Españas de siempre.

Pero hablando de relojes ¿no os habéis dado cuenta de lo fácil que se adelantan o atrasan los analógicos, solo se gira la ruedecita y ya está. Sin embargo los digitales... la madre que los trajo al mundo, o el padre, que tampoco lo sé.


Por ejemplo, yo con el del horno tengo una relación de amor y odio que aún desconozco hasta donde nos puede llevar, porque eso de que pases el dedo por un icono y empiecen tres o cuatro más a parpadear como diciendo ¡yo también quiero, yo también quiero! vamos, como eso de culo veo, culo quiero, no lo acabo de asumir.


Bueno, pues resulta que después de todo este lío, unos científicos de no sé donde, nos han salido ahora diciendo que eso del ahorro es un cuento, que, nastideplasti - que diría un castizo - Pero vamos a ver ¿tampoco en esto nos vamos a poner de acuerdo cuando ya ha hablado el oráculo con dos horas de más que llevamos?
Sí, amigos, porque la otra la llevamos así desde 1940 cuando al innombrable se le ocurrió hermanarnos, pero horariamente ¡menos mal! con la Alemania de aquel del bigotito.


¡Menos mal! - me diré - ya están todos los relojes como deben estar, aunque el del horno se sigue resistiendo. Por cierto, acabo de pasar frente a él y me ha vuelto a guiñar ¿no será maricón, no?


Venga, pues pongamos al Ponchielli ese con lo de La Gioconda. Yo me pido a la que todos os imagináis, a la hora veinticinco, a Letizia, pero no a la nuestra, eh, sino a la Giuliani. Ya sé que algunas preferís al minutero, que me lo han dicho...

Ahora, venga, cascos, volumen y gran pantalla, que lo veréis y oiréis mucho mejor, de verdad.


lunes, 23 de septiembre de 2019


LLEGÓ EL OTOÑO CON SU VOZ RONCA

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Hoy ha aparecido. Lo he sentido nada más llegar la tarde con esa banda sonora de percusión, que lleva enredada entre sus nubes tableteando con tan bonito sonido, mientras unas cuantas gotas escapadas aporrean mi ventana. Es la estación del otoño, la de las hojas desgajadas que vuelan entre los árboles como pájaros de colores.  

La estación de la nostalgia y hasta dicen que de los poetas, tiempo de reflexión, de mirar por la ventana, acurrucarse con la persona amada, y ver cómo cae la lluvia con esa calma o ese arrebato que de vez en cuando le entra. Por cierto, tengo el paraguas dormido, tendré que ir a despertarlo.

Mientras tanto, me he puesto para acompañar a esa sinfonía de verdes, amarillos y pardos, esta preciosa banda sonora de los Ludlow  


CAMINANDO

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La había visto otras veces caminando por la playa o sentada junto al malecón cuando caía la tarde, preguntándose las olas que por qué olía tan bien el aire.
Hoy, muy cerca de la playa esperé su regreso y, venciendo ya la hora, preguntábase el aire que por qué bailaban tan bien las olas.


La vi venir de frente, misteriosa su mirada, alejarse su preciosa espalda, un corazón agitado y dos sonrisas en el alma.
El amor a primera vista ¿es el mejor de los amores? No es que sea de todos el mejor sino el único verdadero, dicen, aunque a veces se guarda eterno o hasta que pasa un poco de tiempo.
No quise saber su nombre porque además habría de inventarse pues no puede existir nombre en el mundo, que suene tanto a latido y música juntos.




LA VERDADERA HISTORIA DE SOR SONRISA

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Corría el año 1963 cuando el Presidente John F. Kennedy era asesinado en la ciudad de Dallas a manos de no se sabe quién... aunque me lo juren.



Pues bien, ese mismo año, en las listas Billboard de Usa, una canción comenzó a subir puestos hasta ponerse en el Top, superando incluso a Elvis y a los Beatles. La canción se hizo muy popular en todo el mundo, y se tituló Dominique, nique, nique. Bien, pues una monja llamada Jeanine, pero para el mundo musical Sor sonrisa, fue la autora e intérprete de esa canción. 

Jeanine había nacido en 1933 en una familia muy conservadora que notando ciertos comportamientos de la niña, según parece se hablaba de tocamientos torpes, decidieron cortar por lo sano y en un acto de inteligencia suprema, la metieron en un convento donde, como todos saben, allí eso de los tocamientos torpes... como que no.

Un día de ese 1963 y compuesta su canción, la Madre Superiora que era dominica y belga, pero no tonta, se puso en contacto con la discográfica Phillips para explotar aquel pelotazo que preveía. La superiora dio en la diana, repartiéndose entonces el botín entre la Orden y la discográfica.

Naturalmente Jeanine, no vio ni un franco y al protestar... la Madre Superiora le dijo:

- Pues no haber hecho el voto de pobreza, no te jode, esta.

Bueno, no sé si fueron exactamente esas las palabras pero es que yo traduzco muy mal del gabacho. Bien, pues aquello desembocó en una espiral en la cual Jeanine se salió del convento, se arremangó los hábitos, y se fue con su novia Annie tan ricamente
mientras la Hacienda belga le reclamaba unas regalías que ella, la pobre, nunca las había visto. Y como entre todos siguieron haciéndole la vida imposible, un día dijo

- ¡Bastaaaa! ¡zi me queréi… irze!

Pero como el Fisco y la Orden ya se sabe cómo son, no se fueron y siguieron haciéndole la puñeta, Jeanine se encerró una tarde con su novia Annie en la habitación y se pusieron hasta el culo (con perdón) de alcohol, barbitúricos y chupitas de carameloooooo.

Ella tenía entonces 51 años, y la Superiora menos vergüenza que el gato de una fonda. Esta fue su canción y su voz. Hay que joerse con el convento y lo que ocurrió allí dentro. 

Ah, y al Papá y a la Mamá, no te los dejes.


LA NOSTALGIA: ESA ÍNTIMA AMIGA

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Sin capacidad para recordar nunca podría existir la nostalgia, por eso no hay nada que mejor le venga a esa nostalgia que la buena memoria. Memoria tan estimulante como con la que llegamos a visionar hasta en tres dimensiones interiores, lo que no podríamos ver ni en una fotografía.


Así, escuchando con atención esta música, puede verse un pueblo encaramado en todo lo alto como un sombrero blanco de botones azules y ese mar brillante de luces, quizás también un olor, una bandera, una vieja campana, una palabra amiga y un rostro que no se olvida.


LADY O´CALLAGHAN. LA PIANISTA DEL CAFÉ DE ZHIVAGO
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A Lady O´Callaghan, mientras toca su piano, le agrada sentir cómo se sinceran con ella los que solitarios o atados de pies y manos por la incomprensión, le hablan con tan infinita franqueza.

Y es que el piano de Lady O´Callaghan es el confesionario de todos los que allí se acercan a contarle sus tristezas y ella les pone de penitencia un chupito de ron y media copa de ginebra.


A Lady O´Callaghan le encanta el Café de Zhivago pero también la soledad a ratos. Vive sola en una casa grande y es en ella cuanto se transforma y mejor se inspira cantando su canción preferida, la que una vez compuso ensamblando trozos de conversación de todo lo que de él había escuchado. Tumbada en el sofá, o sentada junto al piano, repinta el aire de recuerdos, de los recuerdos de aquel día en que, detrás de la madrugada, él le confesó que la quería como ella era.

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A Lady O´Callaghan le sienta muy bien ese pelo del color del cava cuando se pone a burbujear, sus ojos verdes como el de las esmeraldas en la mina y esa boca que esboza el encanto de la imperfección más seductora cuando sonríe, sueña o suspira.


Aún no llega al par de años cuando, camino de casa, una noche él le dijo…
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- Jamás intentes cambiar por hacerme sentir bien, ni te impongas una nueva moda, ni siquiera pienses poner otro color en tus cabellos porque siempre serás mi pasión silenciosa aunque a veces no te lo parezca. Tampoco pienses en que deberíamos tener conversaciones más profundas, porque lo que yo deseo es hablar contigo ¿acaso te lo tengo que decir de nuevo? Te quiero exactamente como tú eres.


domingo, 22 de septiembre de 2019


Dos catalanas y dos andaluzas: El violín, rojo, nació en Lérida, la mano en la cadera canta y es de Barcelona. La guitarra de colores en Sevilla y la blanca en Córdoba, un poquito más arriba.

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El día que tu me quieras
lo mismo que yo te quiero
dímelo mu despacito
porque deprisa me muero.





CADA VÍDEO TIENE SU MÚSICA O SU LETRA
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Me gusta el invierno con su gorro de cielos encapotados, no tanto el verano con demasiado calor. Me agrada la primavera y me entusiasma el otoño con una estación de Vivaldi, y esa sonata de Valle Inclán.



¿Verdad que hay veces que cuando escuchamos una canción, inconscientemente le vamos poniendo letra? ¿A ti no te pasa? Pues a mí sí, y si es un vídeo musical, me da por escribir todo lo que voy observando e imaginando.

No sé por qué pero me ponen esa fotos de grisallas donde un solo color se destaca, como esta escena por la que discurre ese viejo tranvía color mandarina, o esa estación de trenes con sus mojados andenes, silbidos y nostalgias de encuentros y atardeceres.

Un hombre, en la borda del barco que acaba de zarpar, fija la vista en la espalda de una mujer que mira hacia las muelles donde una desdibujada figura le dijo adiós con la mano, y ella todavía lo piensa. Más allá, un barco de vela cruza la dársena al tiempo que la muchacha que se apoya en la proa, piensa que el verano ya se está yendo.

Cuando una mujer se tiende decúbito prono, suele doblar las piernas en angulo recto, elevando sus pies. A mí entonces me parecen dos cisnes discretos que empezaran a representar la ceremonia del cortejo.

Por cierto ¡qué bien le sienta el negro a la elegancia de la mujer que, con esa sofisticada pamela, le da un punto de glamour! La he llamado por teléfono y estaba comunicando, a saber con quien estaría hablando. Me gusta cuando se pone un sombrero de hombre y ella lo sabe, por eso cuando me quiere gustar se lo pone.

Un día me dijo que le parecía verme en todas partes: En el casino, en la playa, en el aeroclub... y a mí aquello me hizo venirme arriba ¡qué le vamos a hacer! simple que a veces es uno, pero me la sopla esta vez serlo.

Hace tanto tiempo que no voy a un cine de verano, pero cines de los de antes, no estos que salen en las pelis, que son para coches americanos, y chuletas con motos imitando a Marlon Brando.

Me fascina el color ¡cómo envidio las paletas de algunos pintores con esas impresionantes gamas de colores que los cuadros jamás podrán tener pues pasaron antes por la censura y el consenso, pero más por el propio que el ajeno.

Cómo me gusta admirar esas pinturas de calles mojadas, llenas de paraguas de Cherburgo donde brilla la luna y una lluvia demente repiquetea y a continuación los mece.

Cuando ya se había ido la tarde, aprovechando que pasábamos por una calle solitaria, al llegar a la misma esquina, se pegó a mí y me tomó por la cintura. Me dijo que era para no mojarse. Y como soy tan desconfiado, esta vez también la creí.


UNA NOCHE DE KENIA
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A ella le encantaba que le hablara muy quedamente, con su voz grave, mientras observaba su rostro iluminado por la fogata que él mismo avivaba moviendo sus brasas con un palo.



De vez en cuando, en las pequeñas pausas que tenía la conversación, ella escuchaba con atención el chisporroteo que hacía la leña al arder, aspirando su calor y su olor.

De pronto él le dijo que amando como siempre había amado la soledad que había elegido, le dio a entender que tampoco era algo que en estos momentos esa soledad le preocupara tanto. Ella le preguntó que cuál era la causa, y él le respondió que...

- No acostumbro a contestar lo que tan evidente parece.

Entonces ella, bajó la vista con tan leve sonrisa que fue solo la de sus ojos la que apareció. Pero él se dio cuenta y, aun así,  continuó atizando las brasas con el palo, aunque mirándola de vez en cuando.


UN BESO Y NADA MÁS
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Recordaba que un día, siendo aún muy jóvenes, anochecía en el parque cuando, estando sentados ambos en el banco de madera que había junto a una farola que brillaba como una luna, ella le dijo:




- Bueno, un beso y nada más, eh, pero aquí no.
- ¿Entonces dónde? - le preguntó él impaciente y extrañado.
- Pues en la Marina y además mañana, hoy ya no, Manolo, me tengo que ir.
- Bueno, pero mañana, eh. No se te olvide - dijo con decepción pero con la arrogancia que le daba lo que él creía su derecho, viviendo como vivía arriba de sus pestañas.

Sin embargo...¡Cuánto hubiera dado en este momento no por un beso nada más! pues le hubiera bastado con mirarla muy de cerca durante lo menos dos minutos. 
Aun así, qué extraño le parecía ahora ese pensamiento después de haberse bañado ya en playas de tantos colores, algunas llenas de verdosas algas y otras hasta con tiburones.


viernes, 20 de septiembre de 2019

UN PASEO ANTES DE DESAYUNAR

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A ella le encantaba pintar mientras él se sentía más que a gusto escribiendo. Uno y otra en la misma habitación, aunque cada cual a su tarea y en su rincón. Ella prefería el que estaba más cerca de la ventana porque había más luz para pintar, él donde no había demasiada, porque con la que despedía la pantalla, bastaba.


Él siempre creyó ver algo de literatura en sus cuadros, sin embargo ella, pardo, azul y amarillo en mucho de sus escritos.

Algunas mañanas en las que no estaban por la labor de escribir o ponerse a pintar, les gustaba ir a dar un paseo por la playa. Les agradaba pasear con los pies desnudos y hacerlo temprano, a veces cogidos de la mano 



y otras... él se separaba un trechito, poniéndose detrás porque le gustaba ver cómo se movía al andar.

Una mañana paseando él le dijo

- Esta playa te debe tanto...
- ¿Por?
- Pues porque te ha copiado y robado la belleza que con tu imaginación has pintado ya tantas veces.
- Cómo eres.
- ¿Yo?
- Sí, tú, pues porque siempre tienes dispuesta la palabra, en cambio yo...
- ¿En cambio tú qué?
- Pues que estoy en desventaja.
- ¿Y eso?
- Pues porque me gustaría decirte lo mismo pero yo, como ya sabes, con pinceles y toques pardos y verdes, las cosas que se me ocurren, a saber cuando puedo decírtelas, y claro...

Entonces siguieron paseando y charlando tan bajo, tan bajo que ni las mismas olas, con las orejas puestas, pudieron saber nada de sus sentimientos, pues seguro que pecarían de indiscretas.

Sólo un pajarito, que se acercó hasta la orilla de brinquito en brinquito, pudo oír una parte de la conversación que ambos sostuvieron. Esperemos que por lo bella y bonita que fue, no se vaya del pico el pajarito esta vez. Cuando regresaron y entraron en la habitación, ella le dijo
- ¿Sabes?
- Dime.
- Que si no hubieras existido yo te habría pintado. Seguro, ni lo dudes.
- Tomo nota - le respondió él.

Y entonces, mirándose, se sonrieron, pero aún no se sabe quién... quién empezó primero.
- ¿Te preparo un café?
- Bueno, pero después de que te abrace. Anda, ven aquí.









LA PROFESORA DE FILOSOFÍA E HISTORIA
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Un compañero de curso, muy amigo, una tarde en que salíamos de clase, me dijo que le pasaba algo que creía que era grave, pero que todavía no podía contarme nada. Ya podéis imaginar mi desconcierto pero, claro, tampoco le quise insistir
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Pasó una semna y me contó que estaba muy enamorado de alguien, que no hacía más que pensar en ella y que no sabía qué hacer. Tal era su actitud que hasta sus padres le habían notado que algo no iba bien.
- ¿Pero te pasa algo, Manolo? Nos tienes preocupado.
- Nada, madre, no es nada, solo son los estudios, tengo que empezar a preparar los exámenes y quiero que todo vaya bien, nada más que es eso, no te preocupes.

Naturalmente mentía. Entonces le hablé...

- Pues tampoco pasa nada, hombre, yo creía que era algo grave lo que te ocurría ¿A ver si ahora vas a ser el primero que se enamora, no te digo...? Eso no tiene importancia, hombre.
- Ya... pero es que estoy como obsesionado, no hago más que pensar en ella todo el santo día.
- Pues tómatelo con calma, eso es que te ha dado muy fuerte pero a veces, esas cosas igual que vienen se van,


Entonces se paró de pronto y cogiéndome fuertemente del brazo, me habló casi al oído...
- Es la profesora de Filosofía pero... pero ¡por tu padre! ni se te ocurra decírselo a nadie.
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A la semana siguiente, en un recreo de la tarde, me dijo...

- Fíjate, ya estoy como un flan solo de pensar que ahora mismo la voy a volver a ver. Mira, mira... - y entonces, cogiéndome la mano, se la puso en el corazón - ¿ves lo rápido que va?
- Bah, no te obsesiones que no se te nota nada.

Eran las seis menos cuarto, justo cuando empezaba la última clase de la tarde. Subida en la tarima, la Srta. Susana se dirigió a nosotros juntando y separando sus manos según nos hablaba.
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- Hoy vamos a comenzar con los silogismos, así que os iré explicando en qué consisten, las partes de que constan y la falsedad que encierran algunos de ellos por no cumplir sus reglas.

 La verdad, es que en seguida me di cuenta de que aquella mujer tenía algo especial. Era curioso que antes no lo hubiera advertido y sin embargo ahora... Claro que en eso mucho tuvieron que ver, seguramente, los comentarios de Manolo. Ahora la veía elegante, cercana e incluso atractiva, 
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Los días que siguieron se habían convertido en un tótum revolútum, donde se mezclaban la pasión de Manolo, el enfado y reprimenda de sus padres, pues ya estaban al cabo de la calle de lo que le pasaba, y también el no saber yo qué decirle para que aquel surrealista enamoramiento no fuese a más. 


Pero otro día, paseando por el puerto, la vimos venir de cara hacia nosotros desde la punta del muelle España.
- Hola, Srta. Susana.
- Hola ¿qué tal va todo? - nos dijo pero mirando solo a Manolo.
- Pues bien, dando un paseo - balbució Manolo.
- Estupendo, estupendo, yo ya marcho para casa.

Fue muy corto el encuentro, brevísimo pero lo suficiente, yo que me las daba de observador, como para darme cuenta de que ella estaba al tanto del azoramiento que le había entrado a Manolo nada más comenzar a abrir la boca. La verdad era que, siendo claros y sinceros, la Srta, Susana era realmente elegante y muy atractiva.
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Pues bien, transcurrieron unos diez años cuando, estando Manolo desayunando en una cafetería del Paseo de La Habana de Madrid, vio a través del ventanal la figura de alguien que le pareció la Srta. Susana. Asi que dejó  el desayuno en la mesa, y salió a la calle para cerciorarse de si era ella o no. Por el pelo desde luego no, a no ser que se lo hubiera cortado o se hubiera cambiado el color. En cambio sus andares sí se lo parecían así que anduvo más rápido pero separándose hacia un lado para ver mejor su perfil y... efectivamente ¡era ella! no había dudas. Entonces disminuyó la marcha.

Días después, tras averiguar donde vivía y donde trabajaba, comenzó la operación del encuentro casual. Fue a la salida del trabajo una tarde que chispeaba pero que hasta las nubes sonrieron ante semejante encuentro. Al cruzarse, volvió sobre sus pasos y casi metiéndose bajo el paraguas la abordó.
- ¿Srta. Susana...?
- ¡Manolo! ¡Manolo Gomis! ¿Qué tal estás? ¡Qué alegría! ¡Qué cambiado estás!
-  Me alegro mucho de verla.
- Y yo también me alegro. Pero métete debajo que te vas a mojar.
- Vale... ¿le apetece un café?
- Claro, mira, ahí mismo en Royalty. Ten, lleva tú el paraguas.

Y así fue como, después de tantos años se encontraron, pasaron toda la tarde charlando, dejó Manolo de llamarla de usted y comenzaron a verse más de una vez y más de tres pero sin silogismos, premisas o conclusiones que valga.






miércoles, 18 de septiembre de 2019

HABLANDO DE UN TANGO
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Como algunos de vosotros sabéis, fui un consumado virtuoso bailando tangos. Quizás por eso, pero con toda humildad, no se me escapan en la escena los evidentes recovecos literarios que pueden derivar de este baile.

Vamos a disfrutar con... "Por una cabeza", que es un cantar que compuso Carlos Gardel, antes de que el que les escribe naciera, y que aun no siendo un tango tan conocido por estos lares, sí que fue para mí uno de los preferidos.

Empieza diciendo la letra que, por falta de experiencia, por solamente una cabeza, un potrillo no llegó primero a la meta perdiendo la carrera por haberle aflojado alguien las riendas. Pero esto es solo una pura alegoría pues luego, con la aparición de una mujer, todo se complica.

- Por una cabeza todas las locuras, esa boca que besa borra la tristeza, calma la amargura, por una cabeza si ella me olvida ¿qué importa perderme mil veces la vida?



- Che, la idea que vos tenés como europeo de este baile, es que el protagonista debe ser un tío pelotudo ¿no? de estatura no muy alta pero tampoco chiquito, atlético, prieto de carnes y peludo, para aburrir de gomina su pelo negro y un estilo que sea un compendio de bravo, chulesco y altanero.
- ¿Y a la mujer ni siquiera la nombrás...?
- Recién iba a hacerlo. Pues aunque vos no lo pensás, me gusta la mujer que manda también en el baile, pues te da un puntito, que conoce la situación, que se deja arrastrar para luego aparecer marcando las pautas, que lo de antes era un juego, pues le basta un golpe de tobillo ¿viste? para separarle sus piernas.

Me agradó esa forma de bajar la escalera, calmosa pero decidida, con ese sonoro frufrú de su vestido y ese rostro de orgullo de no pedir nunca permiso. Tomó una copa de cava y dispuesta ocupó el centro de la sala. Se la veía capaz, con la cabeza muy bien amueblada y amueblado también donde pierde su nombre la espalda. Miró alrededor y tras despreciar a un individuo con un taconazo que hubiera firmado cualquier delantero de River, decidió bailar.

Cuando sonó la música, nunca escuché gemir mejor a un violín. La mano derecha del caballero que al inicio debería poner su palma paralela al suelo sin que apenas rozara el pulgar su espalda, hubiera sido el indicador de sus fantasías más soñadas. Y ella... de nueve y medio pues parece de mala educación, me lo dijo mi tío Andrés, eso de darle un diez.

UNA TAZA DE CAFÉ, Y LO QUE VINO DESPUÉS

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Después de comer, Pablo pensó en llamar a Almudena para ver si le apetecía tomarse un café con él. Ella le dijo que sí pero arrancándole antes la promesa de pasar después por una galería donde una amiga suya exponía sus cuadros.

Cuando Almudena salió de casa, el sol pintaba de naranja las copas de los árboles del bulevar, dándole a la tarde esa envidiable apariencia de otoño. También el frescor de la sierra había comenzado a bajar y el parque se sonrojaba de tanto color, pues de lejos, más que un jardín, parecía la paleta de un pintor.

- ¿Te gusta la pintura, entonces? – le preguntó él, nada más sentarse ambos a tomar ese café.
- Psché… No puede decirse que sí ¿lo dices por lo de esta tarde? es más bien un compromiso, además sólo me gustan escogidos y determinados cuadros.
- Es una forma de empezar ¿no?
- ¿De empezar? No lo creo, además tampoco tengo el menor interés en iniciarme, me gustan algunos y ahí acaba todo.
- ¿Pues sabes que te digo? que haces muy bien.

Eso conversaban Pablo y Almudena, sentados frente a frente, en una de las mesas del Gran Café. Y como unos minutos la había visto venir caminando por el bulevar, pararse ante la cristalera y mirar hacia dentro a ver si lo localizaba, volvió de nuevo a sorprenderse al comprobar lo atractiva que la encontraba.
Llevaba el pelo aún revuelto por el aire que se había levantado y vestía un jersey de color rosa y cuello alto, que hacia resaltar el moreno de sus marcados pómulos y esos ojos oscuros a veces tan tiernos y otras tan duros.
- Oye… - le dijo él
- Dime.
- ¿Nunca te fijaste en los comportamientos que se tienen con las diferentes artes?
- ¿A qué te refieres?
- Piensa un momento en la música, la literatura y en la pintura misma, por ejemplo.
- Pienso…

Entonces Pablo comenzó a contarle las diferencias que él observaba. Las cuales, siendo tan evidentes, no dejaban de sorprenderle.

- Mira… Si una pintora pinta un cuadro, todo lo que ha volcado en él, está en ese soporte, único e insustituible ¿de acuerdo? Sin embargo cuando Beethoven parió la Pastoral, el soporte, la partitura, ya era lo de menos, igual daba una copia. Algo similar ocurre con la literatura, cuyo manuscrito, aunque ahora ya ni eso, podía tener el valor que se quisiera pero en ningún caso literario.
- Está bien lo que dices ¿sabes…? nunca me había parado a pensar en eso.

Se había puesto a llover y los goterones pegaban contra la cristalera con ese son tan rítmico y evocador. La tarde se alargaba y una dulce y hermosa nostalgia quería pegarse a las paredes y muebles del Gran Café como si no quisiera irse jamás.
- ¿Sabes, Almudena?
- Dime. Le dijo acercándose un poco para escucharle con más  comodidad.
- Pues nada, que no me duelen prendas el decírtelo, pero hoy te encuentro interesantemente atractiva.
- ¿Interesantemente?
- Sí, igual no te gusta el adverbio o no supe elegir la frase adecuada pero te aseguro que, con ella, he querido expresar de la manera más clara lo bien que me encuentro tomando aquí este café contigo.
- A veces, Pablo… a veces...
- ¿A veces qué...?
- No, no te lo digo porque me da vergüenza.
- Le dijo al Woody Allen, la Sharon Stone.
- ¡Jajaja...!

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Como una gasa violeta, la pequeña neblina flotaba pálida sobre la ciudad. Almudena y Pablo caminaban despacio por el bulevar cuando hacía ya unos minutos que habían dejado la galería. El aire era fresco pero muy agradable. Atravesaron el parque y algunas hojas, bajo el peso de sus pisadas, sonaban como suenan los caparazones de algunos insectos cuando se les sentencia a muerte y se les ejecuta.

Pablo venía agradablemente sorprendido por la simpatía y amabilidad con que la amiga de Almudena les había tratado, y ella caminaba feliz porque llevaba bajo el brazo el cuadro que su amiga Rosa, la pintora, le había regalado.

- ¿Tanto te gusta ese cuadro?
- Sí, pero es que además le tengo un cariño especial pues viví casi todo su proceso desde que empezó a pintarlo.
- Desde luego me encanta el color, y la modelo es preciosa.
- ¿Tú crees? Pero si apenas se le ve la cara.
- Esas cosas se intuyen, Almudena, además, para tener ese cuello hay que ser muy bonita. Vosotras como no entendéis de mujeres…

Y Almudena, con una sonrisa de lado a lado, lo cogió del brazo, marcó bien los pasos y mirándole, le preguntó:

- ¿Y tú, qué es lo que entiendes de nosotras? A ver, cuéntame.
- De vosotras entiendo bastantes cosas, pero de ti lo entiendo todo.

Y echándose a reír, continuó:

- Pero no me hagas mucho caso, porque yo por las tardes soy muy mentiroso.
- ¿Sabes? Así de pronto me han entrado unas ganas irreprimibles de destaparlo y ponerme a mirarlo.
- Pues por mí… ya estás tardando.
- No, pero aquí no, necesito iluminarlo bien. Ven, crucemos ahora ¡rápido! – y cogiéndose de nuevo del brazo, aligeraron el paso y tomaron el camino de su casa.

Nada más llegar, Almudena había dejado el cuadro sobre un caballete, orientándolo de tal forma que incidiera sobre él la luz de ese foco cenital que tanto le agradaba. Y mientras conversaba, lo miraba de vez en cuando, tal era la fuerza con que la imagen de aquella excitante mujer se proyectaba sobre ella.

La mujer se llamaba Andrea y, según le contó, era una modelo que conoció en vida y por la que, antes y tras su accidente, comenzó a sentir una gran admiración. Tanta que pronto se dio cuenta de que, sin pretenderlo, hacía ya tiempo que imitaba su forma de hablar, de mirar e incluso su manera de comportarse, como si le hubiera dejado un camino por el que tener que andar y superarse. Su admiración llegaba a tal extremo que hasta procuraba vestirse con los mismos colores con los que ella siempre se había vestido. 

Mientras, Pablo y Almudena charlaban… él le hablaba de que cada vez le costaba más escribir y que se le ocurrieran cosas, y ella le decía que quizás era una buena señal, que lo que pasaba es que ya no se conformaba con lo que escribía antes, que quería ir más allá.
- A veces, Pablo, viene muy bien ese momento de espera.
- Tú siempre tan amable…
- No, creo que es la verdad, cuando te atascas en algo, ya sea en el ejercicio de tu mismo talento o en la resolución de un problema que te agobia, nada hay mejor que distanciarte y elegir otra perspectiva. Luego, nada hay más gratificante que, sin saber cómo, darte cuenta de que todo comienza a fluir ¿o nunca te pasó esto a ti?
- Alguna vez, alguna vez… 

Esa noche, Almudena se sentía contenta pues su amiga Rosa al fin había accedido a rematar aquel bello cuadro que llevaba meses sin poder arrancarle sus últimas pinceladas, y también porque le agradaba escuchar las cosas que Pablo le decía, mientras saboreaba aquel ron con limón que tanto le gustaba.

- Anda, ven, ven y siéntate a mi lado, que esta noche necesito tener a alguien muy cerca, que me cuente cosas pero que también me escuche.

Arriba, la luna, aunque hacía enormes esfuerzos para que no se le notara, sentía una envidia infinita de que aquel foco cenital no estuviese apagado y entonces fuera ella quien iluminase la bella imagen de Andrea.

- ¿Sabes? Ahora mismo tengo la sensación de que… como si ese cuadro me acercara más a ti.
- ¿El cuadro? ¿acercarte a mí? ¿Y luego me dices que yo soy de los que no hay? Pues durante todos estos días yo no necesité ni cuadro ni de nada, ya lo ves, esa es la diferencia de la que presumen algunos humanos – le dijo tomándola del cuello y girándola hacia él, por si no le había quedado claro.
- Tú es que siempre me pareciste tan seguro...
- ¿Yo? Pero si ahora mismo no sé ni cómo manejarme, mi niña.
- Pero qué poca vergüenza tienes… Y no me digas mi niña que la vamos a tener.
- No caerá esa breva. De verdad, te juro que durante toda la tarde fui de sorpresa en sorpresa. Empezando porque no sabía si ibas a querer tomarte esa taza de café conmigo…
- ¿Estás hablando en serio?

Y ante la cara de incredulidad de Almudena, continuó:

- Siguiendo porque me ha impresionado muy favorablemente ese amor que le tienes a ese cuadro, no te pegaba nada pero lo cual dice mucho de ti, y terminando porque ahora me siento como un indefenso pajarillo.
Almudena se reía observando la facilidad que Pablo tenía para pasar de la seriedad a la risa ¿o es que ese cambio quizás era debido a su timidez que se le quedaba en seguida en pelotas, por no saber si luego vendría el esplendor o ese humillante… es que no ha pasado nada. Entonces se miraron muy de cerca pero con tanta complicidad que ni uno ni otro quisieron tomar ventaja ya que las cartas estaban echadas.

Pablo le escudriñaba los ojos, las cejas, la nariz y sus carnosos labios desbordantes de sensualidad. Fue el instante en que, acercándose tanto que ya no podía hacerlo más pero menos aún volver ahora atrás, Pablo comió de aquella fruta jugosa, muy despacio, y dando rienda suelta a lo que más de una vez había imaginado. Pero se quedó corto al comprobar la calidez con la que los labios de Almudena abrazaban los suyos. Entonces volvieron a mirarse y abrazarse inventando caricias que ninguno de los dos supo de donde salieron.

- ¿Sabes? – le dijo ella – te voy a ser muy sincera y me da igual lo que ocurra pero no me lo voy a callar, así lo siento. Y es… que nunca pensé que llegaríamos a esto.
- ¿Pero a qué hemos llegado? - le preguntó él, acariciando su cabeza mientras la apretaba con una sola mano contra su pecho, como se coge un balón de baloncesto.
- Te había observado muchas veces pero nunca te imaginé así y me da miedo.
- ¿Imaginarme cómo? ¿Y miedo de qué, chiquilla?
- Me encanta cuando me dices chiquilla. Oye, imaginarte… es que no me vienen las palabras, Pablo, pensaba que con esa forma, a veces tan despreocupada de comportarte harías aguas en seguida por cualquier parte.
- No desesperes que aún no terminó la noche.
- ¿Lo ves?
- Vaaaaale… ¿y lo del miedo?
- Pues porque cuando mejor comienzan a rodar las cosas, más se mira a todas partes como si temieras que todo y de repente se fuese a trastocar ¿o a ti no te pasa?
- Pues no, eso es complicarte la vida demasiado.

Con los minutos que pasaban y siempre bajo esa luz cenital del foco, la imagen del cuadro parecía cada vez más bella y como si fuese real. Desde la cama, arrinconada en la habitación, y abrazándose las piernas con los brazos, Almudena admiraba aquel perfil que tan bien conocía, como si fuera el acicate con el que recordar el bonito rostro de Andrea. Pablo se quitó la camisa, se encendió un Ducados y puso la cabeza en su regazo. Ella se inclinó y lo besó en los labios.

Trepaba la madrugada como una ladrona subiendo por la fachada de aquel edificio donde había un cuadro con una imagen iluminada y una cama entre caricias desordenada. La pasión desnuda de dos amantes abrigados por el frenesí y el calor de unos cuerpos que parecían hechizados. Y en aquel placentero disfrute, ella no dejaba de mirar el retrato de la modelo que solo presentaba un medio perfil, como si le diera reparo girarse y verla con él allí.

Fue entonces cuando llegó el instante supremo en que ella lo sintió con el más hondo de los placeres como se espera a alguien al que has estado deseando durante tanto tiempo, y en el que también él se adentró con el más contenido júbilo del que esperaba ser tan bien recibido. La noche fue una noche fascinante, con silencios, sin tensiones y con tiernas convulsiones.

La imagen de Andrea siguió de perfil pero escapándosele una lágrima que por supuesto Pablo no vio. Sólo Almudena pudo darse cuenta pero ya no le importó.