martes, 31 de mayo de 2016




HABLANDO DE PELÍCULAS, Dr. ZHIVAGO

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Quizás no sea la mejor peli que yo haya visto nunca pero sí puedo asegurar que, sin duda, es la que más me gustó. Mi favorita.

Recuerdo que hace ya mucho tiempo, un buen amigo me preguntó que por qué me gustaba tanto aquella muchacha. Yo le contesté que no lo sabía, y en seguida él, apuntándome con el dedo, me dijo: Pues sí, sí que debe gustarte.

Y es que a veces… o no valen las explicaciones o no damos con ellas pero ahí quedan, en el subconsciente. Como cuando una canción nos gusta tanto o esa acuarela que vimos nos impresiona ¿Y aquella puesta de sol que nos maravilló? ¿Y ese párrafo que acabamos de leer, dándole un descansito al libro abierto sobre nuestro pecho, porque de pronto nos ha pellizcado y pensamos ¿Pero es que acaso no nos basta con eso? ¿Es que encima vamos a tener el cuajo de pretender explicarnos? 

De la música no voy a hablar porque la he puesto más abajo, y del precioso óvalo de Lara Antipova menos, porque algo que es tan evidente… no necesita palabras.

Boris Pasternak escribió la novela y Carlo Ponti compró sus derechos sugiriendo entonces, con la fuerza que da la razón, que la peli la hiciera Sofía Loren. Pero David Lean, el director de la peli, dijo que la Loren ni hablar, que era demasiado latina. Entonces David habló con su amigo John Ford y este le recomendó una sueca que ya había trabajado con él. Quedaron encantados. 

Así cualquiera - pienso yo - así se las ponían a Fernando VII. De un rubio finísimo, la que sería Lara Antipova tenía una mirada celeste, inocente y y perversa, apresada entre dos canicas de aguas turquesas.

Como la peli no pudo rodarse en Rusia pues allí estaba prohibida la novela por ser Pasternak un disidente, se buscaron exteriores por todo el mundo. Buscaron y rebuscaron hasta que por fin dieron con Sierra Nevada, Soria y Madrid ¡Narices tiene la cosa! con lo cerquita que estaban, si me lo hubiesen preguntado a mí...

Pero en fin, lo curioso fue que en el barrio de Canillejas, montaron un enorme mamotreto que simulaba esa avenida moscovita donde los revolucionarios se manifestaban contra Nicolás II cantando a grito abierto la Internacional ¿Y con ese sonsonete en el que algunos extras españoles echaron el resto, estando los sesenta casi mediados, saben ustedes quién vivía por entonces en El Pardo?

Más de tres horas de duración, imágenes mostrándose entre espejos, velas y ventanas, que miraban más que dialogaban ¡Qué bien hablaba Lara con los ojos y cómo se le entendía todo! ¿El amor de un hombre volcado sobre dos mujeres? No creo que fuera el caso. Entre Varikino y Yuriatin, cómo picaba espuelas Yuri para ir a ver a Lara, y luego cómo regresaba de lento y apesadumbrado. Era el amor prohibido, el clandestino, el espontáneo, el que le sacudía por dentro de arriba abajo.

Hasta que el devenir los unió en aquel palacete de témpanos y carámbanos. Hacía un frío que helaba. Pero él se levantó de madrugada y con la plumilla y el tintero que había en aquel escritorio de madera - no podía aguantarse más - le escribió un poema. Al amanecer Lara se despertó al notar que no estaba, se fue hacia la mesa, leyó aquellos versos emocionada. Entonces le dijo: Esa no soy yo, Yuri, eres tú.

Siento que a la imaginación le diera por parir ese final tan triste. Pero así a veces son algunas vidas, que de la inmensa belleza se desdobla la tristeza. Llevaban ya muchos años sin verse por andar cada uno en extremos opuestos del país. Hasta que un día Yuri, enfermo y viajando en un tranvía ¡Oh, por Dios! la vio caminando por la acera casi al mismo paso. Él la llamó golpeando una y otra vez el cristal, pero Lara no lo oyó. En la siguiente parada, se bajó rápidamente para alcanzarla pero le falló el corazón y cayó fulminado mientras Lara, sin haberse dado ni cuenta de lo que pasaba, siguió caminando hasta perderse doblando una esquina.








PENSAMIENTOS EN UNA BUHARDILLA

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Con la lluvia raspando los cristales y mientras me estaba fumando un Gitanes, me preguntaba si Henriette me atraía más como modelo que como amante.

Una buhardilla, la noche en el empedrado de las calles, una botella de vino, tomarla por el talle, algo de lluvia y comenzar de nuevo el baile. La dureza de sus ojos junto al lienzo, contrastaba con la bondad de su mirada en mi pensamiento.

El tiempo se va muy rápido ahora, dicen algunos, cuando tuvieron tanto entonces y lo vivieron tan mal y tan despacio.

Como pintor me gusta pintar y repintar hasta beberme los colores, sobre todo cuando invento alguno nuevo. Tengo una amiga que dice que, cuando se pone a pintar, se le olvidan sus amores e incluso que detrás de la tarde viene la noche.

- ¿Era tan bonita como decían - le pregunté. 
- Como una Venus de Milo.

Pero ella tenía sus brazos y además por detrás, con sus ojos, lo más bonito. Claro que lo que más le gustaba era pasear de madrugada, a las horas en que las pasiones descansan y se abrazan las almas.






viernes, 20 de mayo de 2016


UNA TARDE ESCRIBIENDO

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Nunca me siento más a gusto escribiendo que en las tardes de invierno cuando la lluvia chorrea sobre los tejados de los edificios y los árboles de la ciudad. Entonces, si la escuchas con atención parece como si quisiera darte conversación. Claro que eso es solamente lo que a mí me parece.
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Pues bien, mientras todas estas cosas pensaba, entrelacé mis manos, miré hacia el exterior del Café, crujieron mis nudillos y a continuación me puse a escribir de corrido como si alguien por encima de mi hombro me lo estuviera dictando.

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Sería poco más de las seis cuando nada más oírse unos truenos que se acercaban, comenzó a llover con fuerza, yo creo que hasta con mala leche. Fue justo en el momento en que Macadamia cruzaba por el parque con esa forma tan peculiar que siempre ella tuvo al andar. 

Bajo el amplio paraguas y embutida en su elegante gabardina negra, Macadamia caminaba con la parsimonia de quien pasea sin tener de inmediato una obligación a la que acudir. Entró en el Café, se sentó junto a la cristalera y, nada más sacar un cuadernillo del bolso, se puso a releer las notas que había ido tomando. 

Y es que Macadamia tenía ya esa reconfortante afición. Afición que le vino por esa forma de apreciar la manera y el modo de escribir con que algunos autores se expresaban. Así que, al principio sin darse mucha cuenta, poco a poco, pasito a paso se fue metiendo en ese fascinante mundo de la literatura aunque…

- De ninguna manera – se decía sonriendo pero con evidente respeto a alguien que una vez se lo había advertido – eso de escribir en serio ya son palabras mayores.

Macadamia tiene los ojos negros, y en las distancias cortas le brillan tan quietos que parece que te mires en ellos como en dos espejos gemelos. Macadamia tiene las nalgas como dos manzanas que cuando al caminar las mueve, las olas se le van detrás para ver lo que aprenden. A Macadamia, cuando escribe, le gustaría transmitir lo mismo que ella siente cuando lee las páginas de ese autor que tanto le gusta y que le es tan sugerente. 

La otra tarde, alguien me contó que Macadamia se ha enamorado ¿sabes? - me dijo - se ha enamorado despacio, con lentitud pero parece que profundamente y de dentro hacia afuera, porque las prisas ni son sabias ni buenas consejeras.

Macadamia guarda su amor en secreto con tanto celo que ni siquiera el culpable ha podido saberlo. En una noche de lujuria y sentimiento, por entre las gafas que tan misteriosas siempre lleva y mirándola de cerca… ¡me hubiera gustado tanto ver cómo sus ojos se transparentan!

Me agrada que Macadamia esté enamorada porque así deja la puerta abierta a un halo de mi esperanza. Esta noche quisiera escribirle algo pero no me atrevo, no quisiera estropear lo que siempre he sentido por ella. Con mi pensamiento revolcándose entre las miradas que dirige hacia donde sabe que no estoy yo, me es más difícil cada vez no prestar atención y como además no me apetece…

Macadamia guarda un beso para estampar y una caricia perdida en su pajar. A Macadamia, en las noches estrelladas de tanta paz serena, le riela el alma la luna las veces en que puedo admirar su belleza.

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Terminado mi escrito, cerré el cuaderno, me guardé el lapicero, encendí un cigarrillo y, mirando por el ventanal, me di cuenta de que ya había oscurecido. O sea, que aún quedaba la noche entera, buenas horas que me encantan, para que rayara el sol.