LA BOTELLA QUE CRUZABA EL
FOSO
.
Esa tarde, como todas las de
aquellas dos semanas y nada más acabar mis clases, me iba corriendo
hacia la barandilla del Puente del Cristo, para ver pasar de nuevo una
botella que navegando, cabeceaba como un muñeco tentetieso orgullosa de no perder
su verticalidad.
La botella era una Africa Star Beer donde yo había
metido una nota en la que declaraba mi especial
sentimiento, tirándola después al foso desde el otro puente, el de arcos de la
Carretera Nueva, una mañana de domingo.
La idea se me había ocurrido
tras una conversación que unos cuantos amigos mantuvimos con Paco Latas, que
era la persona que más sabía de corrientes en Ceuta.
Pues bien, sentados en uno
de los bancos de la Glorieta, Paco nos había contado que todos los años, con la primavera en sazón, se producía una corriente
marina que, atravesando el Foso en dirección al puerto, giraba por el Muelle Alfau. Entonces, dándole la vuelta al Hacho, bordeaba el
Sarchal y las finísimas arenas de la playa de La Peña hasta
adentrarse de nuevo en el Foso y así, cíclicamente, durante los 14 días que
duraba el prodigio.
Por eso, mientras se producía
aquel fenómeno, en esas catorce tardes de primavera, acudía a la
barandilla del Puente del Cristo para ver cómo navegaba aquella botella de África
Star, cronometrando además cada vuelta que daba.
- Esta es la de las 19,45 más
o menos – me decía.
Naturalmente, Sara ignoraba
toda aquella historia, hasta que una tarde, a la salida de las clases y mientras charlábamos bajo la pérgola de los kioscos de la Plaza de los Reyes, sin que se diera cuenta, le puse una nota entre las páginas de su libro de
matemáticas mientras la
distraía con otras cosas como, por ejemplo, desenredarle, despaciosamente, ese
bucle de su cabello que le caía siempre sobre el pecho.
Bueno, pues ya de noche,
cuando Sara se disponía a hacer aquellos engorrosos problemas de
matemáticas, al abrir el libro en su mesa de estudio, encontró allí la
nota que yo le había dejado y que exactamente decía...
"Si quieres saber cuánto
te quiero, hay por ahí un barquito velero, y si quieres saber cuánto te necesito, entre el
Foso y el Hacho, sigue navegando el barquito "
- ¿Pero qué es esto? – se
preguntó Sara nada más leer aquella nota mirándola del derecho y del revés -
¡Ay que se me ha vuelto majara este niño! - se dijo sorprendida por no tener ni
idea de lo que quería decir ¡Pero mira qué es a veces enrevesado! Sin
embargo... me gusta, oye, me gusta lo que me dice.
Al día siguiente, en vez de
quedar en la baranda o bajo la pérgola de los kioscos como algunas veces
hacíamos, quedamos en vernos en los jardincillos del Puente del Cristo.
- ¿Y eso...?
- ¿Tú no querías que te
explicara lo de la nota? pues entonces no faltes. Ah, y sé puntual, por favor o
la vamos a tener.
- ¡Huy qué miedo!
Así que a la hora convenida ya estábamos los dos, muy juntos, apoyados sobre la barandilla y ella asaeteándome a preguntas.
- Pero... ¿te quieres esperar? no seas
impaciente, mujer ¡Mira, ahí viene!
- ¿Pero qué es lo que viene?
- Ese barquito velero.
Y mirando hacia el
foso, Sara vio cómo, efectivamente, una botella se acercaba insolente
cabeceando a buen ritmo arrastrada por la corriente. Entonces le dije...
- Mira, ése es el barquito
velero que lleva en sus entrañas una nota que explica la otra que yo te puse en el libro de matemáticas.
Entonces, en aquel callejón marino repintado de oscuridad y de plata donde la luna rielaba cuando unas misteriosas
nubes de nuevo no la ocultaban, la botella pasó bajo el puente cabeceando sin pausa,
- ¿Y cuando vuelve a pasar?
- Pues hasta dentro de un
buen rato.
- Vale, pero tú avísame con
tiempo suficiente que voy a ver qué pone esa nota.
- ¿Pero estás loca? ¿Cómo vas
a cogerla?
- ¿Pero qué quieres, que continúe
así toda la vida y yo con este sinvivir? Jajajajaja
- Cuando cese la corriente,
que por cierto acaba mañana, sabe Dios donde aparecerá, en cualquier lugar desde Algeciras a Estambul...
- Ya... para que pintes de
azul sus largas noches de invierno, no te digo...
**************
La noche se había vuelto muy
agradable, sentados en esos bancos de los jardincillos, Carlos y Sara, miraban
hacia el cielo por la parte en que las dichosas nubes dejaban ver las
estrellas. Algunas parecían hablar, otras permanecían calladas.
- ¿Sabes? Dentro de cuarenta
o cincuenta años ¿tú que piensas? ¿estaremos juntos? ¿Quizás nos veamos de vez
en cuando? ¿o no sabremos absolutamente nada el uno del otro hasta que, una vez
inventados los feisbus, la casualidad haga que nos encontremos?
Pero Carlos parecía no
prestar atención a lo que Sara le decía mirando ensimismado aquellas luminosas
estrellas y pensando... ¿mira que si dentro de un tiempo me da por escribir
sobre todo esto? Entonces se volvió hacia Sara y le dijo...
- Faltan unos diez minutos
más o menos...
- ¿El qué? ¡Pero cómo no me
has avisado antes, por Dios! - Le gritó saliendo a todo meter en dirección al Ángulo.
Hasta que pasados veinte minutos y viendo que no regresaba, Carlos se llegó hasta el espigón que separaba el
foso de la playa de El Chorrillo y allí mismo, despojada de su uniforme, con
una especie de camisola blanca que la luna acentuaba su blancor, Sara trataba de leer aquella
nota, de arriba a abajo empapada y con todo su pelo rezumando agua. Entonces
Carlos se dio cuenta de que nunca, nunca, pero absolutamente nunca, ni siquiera
en imaginaciones, la había encontrado tan bella.
- ¿Pero qué has hecho, mi niña,
cómo estás tan mojada?
- Pues que me he tirado justo
cuando la botella pasaba, es que no quería perderme lo que le habías escrito a
esa niña tan alocada. Toma la botella para tí que yo me llevaré a casa la nota
para leerla más despacio allí.
Sin embargo, fue en ese momento,
justo en ese instante cuando Carlos enredado entre las sábanas se despertó de
aquel precioso sueño.
- Me ha gustado, mira – se
dijo mientras miraba al techo poniendo sus manos por detrás de la nuca.
Tanto le había gustado que aún le parecía oír el rumor del foso. Hasta que al darse la vuelta para el lado de su mesilla de noche, advirtió que, encima de ella, una botella de Africa Star seguía despidiendo aquellos efluvios a luna marina y agua salada, estando Sara tan bellamente empapada, y abrazándola Carlos, fuerte, bajo la madrugada.
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