viernes, 20 de mayo de 2016


UNA TARDE ESCRIBIENDO

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Nunca me siento más a gusto escribiendo que en las tardes de invierno cuando la lluvia chorrea sobre los tejados de los edificios y los árboles de la ciudad. Entonces, si la escuchas con atención parece como si quisiera darte conversación. Claro que eso es solamente lo que a mí me parece.
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Pues bien, mientras todas estas cosas pensaba, entrelacé mis manos, miré hacia el exterior del Café, crujieron mis nudillos y a continuación me puse a escribir de corrido como si alguien por encima de mi hombro me lo estuviera dictando.

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Sería poco más de las seis cuando nada más oírse unos truenos que se acercaban, comenzó a llover con fuerza, yo creo que hasta con mala leche. Fue justo en el momento en que Macadamia cruzaba por el parque con esa forma tan peculiar que siempre ella tuvo al andar. 

Bajo el amplio paraguas y embutida en su elegante gabardina negra, Macadamia caminaba con la parsimonia de quien pasea sin tener de inmediato una obligación a la que acudir. Entró en el Café, se sentó junto a la cristalera y, nada más sacar un cuadernillo del bolso, se puso a releer las notas que había ido tomando. 

Y es que Macadamia tenía ya esa reconfortante afición. Afición que le vino por esa forma de apreciar la manera y el modo de escribir con que algunos autores se expresaban. Así que, al principio sin darse mucha cuenta, poco a poco, pasito a paso se fue metiendo en ese fascinante mundo de la literatura aunque…

- De ninguna manera – se decía sonriendo pero con evidente respeto a alguien que una vez se lo había advertido – eso de escribir en serio ya son palabras mayores.

Macadamia tiene los ojos negros, y en las distancias cortas le brillan tan quietos que parece que te mires en ellos como en dos espejos gemelos. Macadamia tiene las nalgas como dos manzanas que cuando al caminar las mueve, las olas se le van detrás para ver lo que aprenden. A Macadamia, cuando escribe, le gustaría transmitir lo mismo que ella siente cuando lee las páginas de ese autor que tanto le gusta y que le es tan sugerente. 

La otra tarde, alguien me contó que Macadamia se ha enamorado ¿sabes? - me dijo - se ha enamorado despacio, con lentitud pero parece que profundamente y de dentro hacia afuera, porque las prisas ni son sabias ni buenas consejeras.

Macadamia guarda su amor en secreto con tanto celo que ni siquiera el culpable ha podido saberlo. En una noche de lujuria y sentimiento, por entre las gafas que tan misteriosas siempre lleva y mirándola de cerca… ¡me hubiera gustado tanto ver cómo sus ojos se transparentan!

Me agrada que Macadamia esté enamorada porque así deja la puerta abierta a un halo de mi esperanza. Esta noche quisiera escribirle algo pero no me atrevo, no quisiera estropear lo que siempre he sentido por ella. Con mi pensamiento revolcándose entre las miradas que dirige hacia donde sabe que no estoy yo, me es más difícil cada vez no prestar atención y como además no me apetece…

Macadamia guarda un beso para estampar y una caricia perdida en su pajar. A Macadamia, en las noches estrelladas de tanta paz serena, le riela el alma la luna las veces en que puedo admirar su belleza.

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Terminado mi escrito, cerré el cuaderno, me guardé el lapicero, encendí un cigarrillo y, mirando por el ventanal, me di cuenta de que ya había oscurecido. O sea, que aún quedaba la noche entera, buenas horas que me encantan, para que rayara el sol.




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