jueves, 31 de diciembre de 2015



LA MARCHA RADETZKY

.
La primera vez que escuché el Concierto de Año Nuevo por la tele, y vi cómo los vieneses y sus invitados daban palmas acompañando el ritmo de esta marcha, quedé sorprendido al notar que era verdad eso de que todos llevamos un niño dentro.

Otra vez le oí decir a un conocido que nunca oyó nombrar a ese músico salvo por la famosa marcha desconociendo, claro está, que el autor de la misma no era Radetzky sino el papá de los Strauss.

Radetzky era un mariscal austríaco que luchó denodadamente en el norte de Italia cuando la revolución, allá por la mitad del siglo XIX y, en cuyo honor, Johann Strauss I compuso esta marcha.

En el vídeo adjunto, se ve como Barenboim manda callar al público que, ya a los primeros compases, no puede contenerse y desea explotar llevando el compás como si fuesen los indisciplinados alumnos de una clase cualquiera.

Menos mal que la autoridad del director hace que todo se reconduzca y sigan las pautas fijadas ¿El resultado...? Un éxito total de conjunción, ritmo y compás.

También es grato comprobar cómo ilustres financieros, doctores, empresarios e ingenieros, dejan de lado su profesional seriedad y, con esa alegría de piñatas y fiestas de cumpleaños, se lanzan a dar unas jocosas palmas porque hay que ver, Herr Armando, lo bien que nos lo estamos pasando. 






miércoles, 30 de diciembre de 2015



EN EL PARQUE DEL BAILE

.
Hace años, cuando aún había verbenas, el sólo nombrarlas invitaba a que la imaginación se disparara. Verbenas que al llegar la primavera, apagada la tarde, se encendía la noche con un puñado de estrellas.

Recuerdo que en el Parque del Baile, entre los árboles, había un claro donde iban los enamorados a danzar bailones bajo farolillos de todos los colores. Pero Cyd y Fred prefirieron, una vez que dejaron al cochero liándose un peta, pasar de largo y tomar por una asfaltada vereda.

A los lados, los cabezones blancos de aquellas farolas iluminaban con lujuriosa pereza los preciosos pómulos de ella. Entonces, antes de ponerse Cyd a bailar le dijo: Oye Fred, aunque en medio del parque te parezca que no suena la música, es mentira, tú baila a mi paso hasta el final del amor, baila conmigo, mientras frágil me elevas como una rama de olivo.

Entonces él le susurró al oído: Bailaré contigo por entre las cortinas de tus instintos más tiernos, por esos besos robados de tantas y tantas veces escondernos. Quiero que me muestres la belleza de tu amor prohibido después que los espectadores se hayan ido, muéstramela como ese ardiente violín al que fueran mis manos las que arrancaran su bello sonido.

Cyd vestía de blanco, y cuando daba una vuelta entera se le adivinaban arriba de sus muslos unas bragas blancas cintureras mientras él, con sus zapatos bicolor, bailando y disfrutando como si jugara a los médicos siendo su primo hermano, parecía anunciar que ya venía el verano.

Cuentan que esa noche bailaron como jamás lo habían hecho antes, al principio de forma sosegada pero comiéndose la vida con sus miradas. Después, abrazados y girando enlazados tantas y tantas vueltas dieron, que ella jamás hubiera querido bajar de aquella nube de sueños.

Aunque luego, al notar que Fred parecía cansado, le pidió que la llevara hacia el coche de caballos que estaba allí esperando, porque deseaba contemplar más que nada la luna, como si aún la siguiese tomando él por la cintura.




domingo, 6 de diciembre de 2015



ESE BÚHO TAN TIERNO QUE TODOS LLEVAMOS DENTRO

Rompiendo sobre la playa su ardorosa declaración de amor y de espuma, las olas eyaculaban músicas de Haendel entre los pálidos rayos de la luna.

Entonces, con ella a su lado, desnuda o sin nada de ropa, que me era lo mismo, me puse a contemplar las estrellas que, reflejadas en su boca, salieron a mirarla todas. 


**********

CAMINANDO A LA VERA DE LAS OLAS

.
Me gustaba tanto
la forma como se movía al caminar
que de ella aprendieron las olas del mar.

En las noches de verano cuando,
bajo el azul oscuro de las nubes,
el mar se peinaba su tupé de plata
por la orilla de la playa
iba ella
cual una venus descalza.

Entonces, al escuchar cómo crujía la arena 
a cada paso que daba
y cómo olía el perfume que de su melena
escapaba
disfrutaba yo tanto  
que mi alma se enamoraba
como lo hacía también del salitre 
y de la huella de sus pisadas.


**********


PREGUNTA

.
¿Por qué cada vez con mayor frecuencia  se sienta la mentira en el sillón orejero de la verdad? Es que no hay más que echar una ojeada alrededor, leerla en los periódicos, verla en la tele o escucharla en cualquier emisora.

¿Es que acaso se perdió la elegante costumbre de rrrrepreguntar cuando el político de turno no contesta a lo que se le pregunta y vuelve con esa mentira arrimando de nuevo el ascua a su sardina?




jueves, 3 de diciembre de 2015





PINTURA, MÚSICA Y LITERATURA

 .
Cuentan que la Literatura se enamoró del Pintor, mientras del Compositor la Pintura hizo lo propio, dejando vía libre a la Música para que bebiera los vientos por el soñado Escritor.

Alguien me dijo también, mientras se tomaba el culín de un vaso de ron, que la Pintura tiene los ojos de azul ultramar cuando se disfraza de marina, sus caderas de sensualidad prendida cuando sestea de sueño retorcida, y una sonrisa esbozada entre una nebulosa de colores, sombras, transparencias y resplandores.

Sin embargo, a mí la que me provoca escalofríos cuando la miro es la Música ¿Se imaginan que un día me hiciera caso? Sería buena señal ¿no? Y es que siento algo especial por ella cuando la escucho muy atento llegar por el pasillo, viniendo del bulevar, con un Beethoven bajo el brazo, en una mano cuarto y mitad de Schubert y en la otra algo de Johannes Brahms.

Pero la literatura también me gusta, además tengo que decir que debe vivir por donde yo vivo pues recuerdo, hace ya unos cuantos años que, al pasar por la plaza, sonando las campanas del reloj, me llamó desde su balcón y, la muy bandida, cuando miraba se escondió. Quizás le daba vergüenza a la muchacha o quien sabe si a lo mejor estaba un poco de guasa.

En esto de los amores tengo también un amigo que debe estar loco de atar por ella, me refiero a la Pintura. Creo que desde entonces parece otra persona, pero para bien, está ahora más sereno, más feliz y se ha hecho más observador pues ahora se fija en cosas en las que antes seguro que no reparaba.

- ¿Pero seré yo capaz de atrapar en mi pupila todos esos pliegues que tiene la cama? – me dijo una mañana.

Yo no le contesté, no quería interrumpirlo, lo dejé hablar, estaba como en trance.

- Sí, pero... ¿y la inigualable belleza de la mujer dormida que parece soñar despierta? Me fijaré bien. Sí, sueños, collares, luces y parasoles. Oye, me gusta esa música que está sonando y ese chelo que parece que está llorando ¿o sólo lo parece? Yo creo que cuando no lo ven se echa una lagrimita ¿Cómo se llama?
- ¿Qué te importa el nombre? ¿Acaso vas a pintar un nombre? - le dije.
Por cierto ¿recuerdas el síndrome de Stendhal - me habló - por el que a muchas personas ganas de llorar le entran, nada más poner los pies en la bella Florencia? 
- Sí, claro que lo recuerdo.
- Debe ser verdad pues alguien en quien confío, por no ser un esteta disfrazado, me dijo que no le llegó a brotar esa lágrima pero que a punto estuvo. Claro que fue de placer.
- A mí me ocurre pero en esa frontera de arpegios y bellos azules, como el pelospunta ése del que tanto hablan los andaluces.
¿Y la luz de esa tarde? ¿Qué interruptor es el que hay que pulsar para encenderla? Me parece de una belleza obscena. 

Entonces yo le dije... 

- Mira ¿te acuerdas de aquella lámpara que tenía en casa y que no iba porque la creía fundida? Bueno, pues después de tanto pensar, esa misma noche lucía.

Pañuelos de seda, telas de transparencias bellas, la mirada en un libro, el soñar que se despierta, descalzos sus pies en la orilla salada de mi tierra. Silencio en la laguna quieta, aromas de romero en la tarde muerta.
En los espejos bucean los recuerdos por entre las miradas y luego la inmensa playa. La lectura de una carta, el abrir una ventana, la barca en el lago, el jarrón eyaculando en el remanso ¡Cómo brilla el mar bajo el sol y cuando se va, la luna! Y el bebé... ¿puede uno pintar una mayor ternura?  
.

 




domingo, 29 de noviembre de 2015


UNA TARDE CUALQUIERA... DESDE QUE ESTÁS AQUÍ


Una tarde de aquel lluvioso otoño, cuando la débil luz que se filtraba a través de los árboles del parque, apenas si iluminaba la habitación, Guillermo acababa de finalizar uno de esos relatos que de vez en cuando le daba por escribir. Volvió a releerlo, sobre todo un párrafo que no terminaba de agradarle y, cuando ya estuvo conforme, le dio a la opción de guardar, se giró y se puso a mirar hacia la ventana con las manos detrás de la nuca y los pies encima de la mesita.

En ese momento le llegó el ruido que hizo la puertecilla del microondas donde Manuela había puesto a calentar una jarrita de leche. También la oyó a ella, aunque muy débilmente, canturrear una canción. Y es que le daba vergüenza porque decía que cantaba muy mal.

Un día le pregunté a Guillermo si eso era verdad, y me dijo que no lo sabía porque nunca la había escuchado cantar.

-  Canturrear... solo de vez en cuando, pero lo que se dice cantar... cantar, jamás.


Tomaron ese café y, mientras Manuela miraba la lluvia empapando las jacarandas a través de la ventana, Guillermo hacía como si no se enterara de nada. Enterarse de aquel sencillo pero precioso momento en que disfrutaba admirando su perfil recortado sobre la penumbra de la tarde que ya se marchaba.

- Oye ¿qué te parece si bajo un momento a comparar unos cruasanes y merendamos? 
- Vale pero yo me voy contigo. Me apetece pasear un poco bajo el paraguas.

Cruzaron el parque recién lavado por el agua de la lluvia y luego, bajo los soportales, caminaron hasta el horno.

- ¿Sabes ? - le decía Manuela - a veces, sin hacer nada en especial, me siento más feliz y contenta que otros días en que parece que hice algo importante.
- Bueno... creo que eso suele pasar aunque no creo que tampoco sea bueno el tener que calificar continuamente las cosas que hacemos ¿no te parece?
- Puede... ¿Oye, llevas dinero? yo no me he traído.

Compraron los cruasanes y, despaciosamente, esta vez fuera de los soportales bajo el paraguas, regresaron dándole la vuelta a la plaza y cruzando de nuevo el parque.

- ¿Sabes...?
- Dime.
- No, que a veces lo que te hace feliz, lo que hace cambiar tu vida es darte cuenta de que esa persona que no estaba llegó, o ésa que nunca se fue parece como si todos los días llegase.
- Me gusta lo que dices.
- Algún día tenía que tocarme.
- ¿Quieres la patita de un cruasán? Aún están calentitos.
- No, mejor cuando lleguemos a casa. Abrázame, anda.     




martes, 24 de noviembre de 2015



REFLEJOS DE MADRUGADA

.
Reflejos de madrugada sobre un cuerpo de mujer, desnudo, del mismo modo como la trajeron al mundo. Es la hora en que la pasión se echó a dormir, quedando en el paisaje una sutil geometría de luces y sombras, de rectas y curvas.



Recta que se despliega infinita, en el horizonte escondida, y curvas las que marcan con elegancia su apariencia de dunas.

¡Oh redondez! La de la luna ¡Oh la de los pequeños luceros que la acompañan! ¡Oh hermosura florentina! como con disfraz de poeta llamé una vez a esa redondez donde su espalda termina.

Agradable brisa, noche nochera la del paisaje, la del viento suave, la que el silencio enmudece cuando dormida... ella suspira.



lunes, 9 de noviembre de 2015



CONCRETANDO QUE ES GERUNDIO

.
Con lo buenas y sanas que son las hamburguesas del Patodonald, yo no sé cómo hay gente que todavía prefiere... por ejemplo, los pinchitos morunos esos que, encima, llevan especias y todo. La verdad, es que no sé cómo tienen estómago - me dijo una vez un enemigo pues, desde luego, amigo seguro que no era.

Viene esto a cuento por lo siguiente: Yo tengo otro amigo, pero éste amigo, amigo que, nada más despertarse, echa la vista hacia adelante para ver cómo se presenta el día. Entonces pone un mohín de desagrado si no le gusta, o sonríe abiertamente si es de su agrado, como esa mañana felizmente ocurría.

Bien, pues resulta que ese amigo dudaba entre ponerle laurel o no a una caldereta de rape que iba a preparar, al atardecer, para darle de cenar a unos amigos. Entonces me llamó por teléfono y me lo preguntó. Naturalmente le dije que sí y que además tampoco le venía mal un poco de romero.

El romero por su agradable aroma y el laurel, aparte de su sabor, porque ayudaba a mantener las mentes, sabias, ingeniosas y un pelín dicharacheras.

- No en balde - le dije - ya en la antigüedad coronaban, con esta especia, la frente de aquellas cabezas preclaras, tan henchidas de sabiduría.

Bueno, pues también tengo otro amigo, por cierto que me lo he encontrado esta mañana frente al espejo de mi cuarto de baño, que se lía a escribir sin ton ni son y cuando te quieres dar cuenta no ha contado nada de nada. Vamos, ni una pequeña historia que empiece y termine, naturalmente, bien.

El pobre a veces se preocupa porque hay algunas personas de la Red que le tiran hortalizas - virtuales, eso sí - de todo tipo porque las perdices ¡a ver si te enteras! son para después comérselas, y no para verlas volar por ahí.

Esto... un momento, que se me ha ido el santo al cielo ¿de qué estaba hablando? joder... vamos, ni acordarme ¿A ver si me va a pasar como el amigo ése que me he encontrado esta mañana frente al espejo? ¡Jesús... Jesús!

Bueno, os dejo, que me pongo los cascos para escuchar algo que tengo por ahí en uno de mis cojones. Nada, que la puñetera tecla ésta de la a, unas veces funciona y otras no. 

Tecnología punta... ¡Y una mierda!


  

martes, 3 de noviembre de 2015



ANTEAYER LLOVIÓ MUCHO POR AQUÍ


Aun así, vino bastante gente al Café. La verdad es que se estaba muy bien, el ambiente era cálido y agradaba ver, a través de los lagrimones de los cristales, cómo corrían unas muchachas bajo el aguacero, camino del colegio, con sus vistosas mochilas y sus chubasqueros.

Era la hora larga del desayuno. Esa hora larga en la que se lee el periódico, se tiene mucho tino para volcar poco a poco la aceitera sobre el pan tostado, mientras se oye el ruido de la cafetera como si fuese una locomotora a punto de partir. A mi lado tengo al viejo escritor, que sigue sin querer entregar sus escritos a su fallecido editor, tomándose unos picatostes con el café. Me gusta como huele el café del Café de Zhivago. Es un aroma que reconforta, que despierta, que te ayuda a caminar el día. 

Amadeus, el cerillero, me hace señas desde lejos enseñándome la carátula de un disco como si me preguntara si me parecía bien la elección, y yo le he levantado mi pulgar derecho poniendo cara de ilusión. La verdad es que desde esa distancia no lo distinguía muy bien, pero siempre confié en su buen gusto. Amadeus, en realidad, se llama Amadeo Gutiérrez, pero una tarde de primavera le puse Amadeus, al saber de su admiración por Mozart. 



Ahora que la he escuchado, pienso que hubiera preferido otra música. Para el momento... quizás algo más lento, un adagio, por ejemplo, pero Amadeus manda. El piano chopiniano me parece un buen acompañante para la lluvia, es más, un día en que hablaba con Federico, me dijo que muchas de sus composiciones estuvieron inspiradas por esa lluvia que caía. Y me decía... 

Cada gota una nota, cada dos atento a un si bemol y cada tres, por si me olvido, un fa o mejor un do sostenido. Dicen que la música algo tiene que ver con las matemáticas. Que me aspen, que se decía hace unos siglos, inquisidoramente hablando, si entiendo semejante comparanza.

Ya terminé de desayunar. Antes, alguna que otra vez, me echaba un cigarrito pero como ya dejé de fumar y además en los Cafés ya no se puede, pues me entretengo en mirar los dibujos que hace la lluvia desparramándose lentamente por el ventanal.

Hoy me gustaría escribir algo diferente pero no se me ocurre nada. Y es que a veces las musas me ponen los cuernos hasta con el lucero del alba. Voy a ver si me hago el dormido y entonces al pasar las pillo.   

lunes, 2 de noviembre de 2015



ESE BÚHO TAN TIERNO QUE TODOS LLEVAMOS DENTRO 

Aquella noche tenía el cuerpo tan de jota, que me hubiera dejado besar en la boca... a poco que ella hubiera puesto algo de su parte.


**********

A TI QUE NUNCA PUDISTE VER


Haberte escrito un poema quería
en la excitante humedad de tu boca
o en el margen de tu mirada ida
cuando, a distancia tan poca
sin ver, mirando besabas todo lo que te encontrabas.

Pero en aquella tarde serena,
al rasgar mi alma al abrazarme
con caricias de ternura llena
de fugaz silencio y beso suave,
me escribiste tú el poema
mientras esa lágrima secabas
de color, de luz y de mirada.

**********

PREGUNTA

¿Por qué nos costará tanto, a unos y otros, reconocer que no fue un malentendido sino que lo que ocurrió es que metimos la pata hasta el corvejón?




domingo, 1 de noviembre de 2015




CAMINANDO POR LA ORILLA


.
Eran los últimos rayos del día cuando, cansado por levantarse tan de mañana, el sol se ocultaba tras la montaña para ponerse ya el pijama. La playa estaba tranquila, apenas si había gente, una pareja peleaba por ocupar ambos el mismo lugar de la toalla mientras, a lo lejos, un perro desatado le ladraba a las olas.

Contra lo que no era mi costumbre, me había bajado una novela que estaba naturalmente mal leyendo, por quedarme extasiado unas veces con la belleza del mar y otras, por enterrar los pies en la arena y respirar mirando hacia el cielo aquel aire salino, que despertaba una y otra vez mis recuerdos más dormidos. 

Observaba la amplitud de la playa cuando, al girar la cabeza, distinguí una silueta que avanzaba despacio andando por la orilla. Era la figura de una mujer, de eso no había dudas y, aunque a esa distancia no se le adivinaban los rasgos, sí que parecía tener un aspecto muy agradable.

Entonces, quise tomar el libro de nuevo pero lo volví a dejar para incorporarme un poco más y convertirme, de esa forma, en un espectador de excepción por no querer perderme aquel modo de caminar. Caminar que, a medida que se iba acercando, daba a aquella imagen un tono de misterio y de sugerente atractivo. Me puse las gafas de sol como esos espías que quieren que no se les note que están por la labor y, abrazando mis rodillas, me puse a mirarla con atención:

Tenía los ojos oscuros, alargados y pestañosos, su boca era hermosa, las piernas muy bien formadas, y sus pechos al andar, parecían dos palomas que, a cámara lenta, quisieran escapar. Marcaba muy bien sus pómulos mirando hacia la luz que se escapaba rápida por el frente, aunque hubo un momento en que se volvió a la derecha como si alguien la llamara desde el horizonte.



Según se alejaba, pienso que me hubiera gustado saber qué hacía ella en la playa. Sí, ya lo sé, pasear como también estaba yo allí leyendo un libro sin leer. Y es que a veces a las playas solitarias se va huyendo de algo aunque no se reconozca. 

Por ejemplo... de una decepción, de una ausencia, de una tristeza, de... de... Pero ¿y yo? ¿de qué estaba huyendo yo? Pues sí, ya lo sé, pero ésa es otra historia. A mí me interesaría saber la de ella ¡Pero si la acabas de conocer...! - me dije - Me da igual. Pues no sé cómo lo vas a averiguar, como no te lo inventes...

Ahora que lo pienso ¿por qué me gustará tanto ver a una mujer solitaria caminando descalza por la misma orilla del mar?

- Mira, ahora ha dejado de caminar y se ha sentado muy cerca de las olas ¿sabes una cosa?
- Dime.
- Yo la he visto tristona pero no demasiado porque se la veía segura, creo que ya había tomado la decisión.
- ¿La decisión de qué?
- Pues la decisión de dejarlo. A mí me pareció que ese hombre era poco para ella.
- ¡Virgen Santa!
- ¿Pero qué te pasa ahora?
- Desde luego no sé si acertarás, pero a imaginación no hay quien te gane.








LA PRIMERA VEZ


La primera vez que aspiré su olor, fue una mañana en que pasó tan cerca de mí que creo que dejó impregnada mi ropa. Y eso sin haberme rozado siquiera. Aquella fragancia, tan agradablemente fresca, hizo que mi imaginación se paseara por entre frondosos jardines, de esos que están abarrotados de rododendros y algunos jazmines.

La primera vez que escuché su voz – fue a la semana siguiente cuando volvió - se me coló en el alma en la manera en que ese dulce sosiego que a veces sentimos, tanto nos reconforta. Tan sólo pasaron segundos y aún hoy no sabría muy bien decirte si quedé más impresionado con su sonido o con las cuidadas pausas que hacía al expresarse. Todo eso me provocaba una gran serenidad y una agradable sensación de cercanía.

Pero la primera vez que pude admirar su belleza ¡cuánta emoción se agolpó entonces en mi pecho! Fue unos días después de que alguien me la presentara. Se llamaba Lucía ¡qué nombre tan bonito! 

Pues bien, aquella tarde fuimos a dar un paseo. Ella se cogió de mi brazo apreciando yo, como antes no me había ocurrido, el sonido que hacía la falda de su vestido al caminar tan cerca de mí. Entonces, como conocía muy bien aquel parque por haber ido muchas veces, me encaminé hacia el gran árbol que había cerca del templete donde los domingos tocaba allí una banda de música.

Al llegar, se oía el murmullo que hacían las hojas por encima de nuestras cabezas, entonces fue el momento en que me atreví a poner mis dedos sobre su cara recorriendo muy despacio sus pómulos, sus ojos, su frente, sus mejillas, y os puedo asegurar que nunca nada en el mundo me pareció tan bello. Sólo me faltó saber una cosa porque... no sé por qué, pero no quise preguntárselo, y es que... ¿de qué color serían sus ojos?





CONVERSACIÓN ENTRE DOS AMIGOS

.
- Oye, Albert.
- Dime, Rabindra.
- ¿Tú eres de ciencias o de letras?
- ¿A ti qué te parece?
- Hombre, lo digo por esos pelos que llevas de loca...
- Pues anda que tú ¡Mira el indio por donde nos sale ahora, con esa barba que te has dejado que pareces un auténtico chivo!
- Es que yo no soy de ciencias.
- ¡Naturalmente! Ni aunque quisieras, Para ser de ciencias hay que tener un puntito.



- Pues tú debes tenerlo muy chico porque ni se te ve. Además ¿no me jodas que por esa mierdecilla de fórmula, E=mc², te dieron el Nobel?
- Pues no, el Nobel de Física me lo dieron por una cosa que se llama el Efecto Fotoeléctrico, so espabilao.
- Ya decía yo...
- Ya decías tú, no. Lo que pasa es que el que tenía que calibrar mi Teoría de la Relatividad, no entendía ni flores de lo que yo en ella decía. Aunque lo tuyo... lo tuyo sí que tiene delito, vamos, darte el Nobel de Literatura por semejante cosa.



- ¿A qué te refieres, si puede saberse? Listo, que eres un listo...
- Pues a la mariconada esa de que... Si lloras. las lágrimas no te dejarán ver las estrellas ¿Pero se puede ser más cursi!
- ¡Ay, señor, señor! ¿Pero cómo le voy a a hablar de sensibilidad a alguien que lo más tierno que ha visto en su vida es un desfile de la Wehrmacht?
- ¿Que yo he visto un desfile de la Wehrmacht? ¡Una leche!
- Pues para mí, un cortadito, porfa.

Y aquellos dos amigos, aquellas dos cabezas pensantes, tan buenas como para llevar tablas al horno, se fueron bulevar abajo, asidos del brazo y disfrutando de su conversación y de la buena tarde que hacía.




sábado, 31 de octubre de 2015



CANCIÓN DE MADRUGADA

.
Fue una noche en la que, sin saber el motivo, se encontraba especialmente solo escuchando una canción. Más o menos decía...

¡Desearía tanto que estuvieras aquí... ! Pero no porque distingas el infierno del paraíso, los cielos azules del dolor, los verdes campos del frío del acero o la suave sonrisa tras un tupido velo. 

Entonces se dio cuenta de que eso a él igual le daba.


Porque lo que sí desearía - se dijo - es que estuvieras aquí conmigo porque tú, más que nadie, sabes lo que aprecio la diferencia que hay entre ti y el más bonito de los valles, entre los de cualquier mujer y tus andares, y entre el rojo color de las cerezas y lo preciosa que te pones hasta cuando te desperezas.


viernes, 30 de octubre de 2015



EN UN AUTOBÚS DE LA EMT

.
Una apacible tarde de otoño en que me estaba tomando una taza de café con Sara, me preguntó que qué había hecho por la mañana. Yo le dije que nada, que nada en especial, hasta que en seguida me acordé.

Bueno sí, más o menos a media mañana, estando en la parada del autobús, pensaba yo sobre cuánta gente, de la que veía pasar o estaban conmigo bajo la marquesina esperando el autobús, sería medianamente feliz.

Y en eso estaba cuando llegó el 27, se abrieron las puertas y entramos casi atropelladamente, sobre todo yo, pues siempre me gusta sentarme en ese asiento que llevan a contramarcha. Al verlo libre, di unas zancadas y me senté en él. 

Entonces, agazapado tras las gafas de sol, me puse a observar a la gente por tenerla de cara, aunque supongo que ellos harían lo mismo conmigo y a saber qué dirían. Los miraba como si tratara de adivinar lo que iban pensando. Pero el panorama era desolador. 

Mira, unas caras eran de preocupación, otras parecían como de malhumor, y las más miraban por la ventanilla pero sin ver, vamos, como si estuvieran en Babia. Por cierto, bella comarca de la provincia de León.

Bueno, pues todo transcurría así, hasta que de pronto sonó un móvil. Una chica muy joven, apenas tendría 17 años, abrió su bolso, miró la pantalla y de pronto se le iluminaron los ojos esbozando una amplia sonrisa que no pudo contener.

- Hola - dijo con esa dulzura con la que a veces algunas se expresan, sobre todo tú.
- Ya empezamos... Va, sigue.
 - ¿Cómo estás? - le preguntó ella.
- Deseando verte ¿sabes? Hoy te he abrazado al volver una esquina cuando vi que nadie miraba.
- Jajajaja, tonto...
- Es que no me he podido aguantar ¿sabes? ¿a ti no te pasa?
- Pues claro, pero yo no necesito que haya ninguna esquina ¡Jajajajaja!

Y de pronto a todos les cambió el semblante. Unos despertaron de su letargo, otros sonreían casi sin quererlo, pero todos aguzaron el oído. De modo que los que iban detrás inclinaban el cuerpo un poco pretendiendo escuchar más y mejor, y los que se sentaban delante, echaban la cabeza hacia atrás soltando sus grandes orejas de elefante, como pretendiendo enterarse de lo que se decían aquellos dichosos amantes.

- ¿Sabes?
- Dime - le decía ella con los ojos encendidos de ternura.
- Mañana cuando te vea, nada más bajarme del tren, seré el hombre más feliz de la tierra.
- ¡Qué cosas más bonitas dices...!
- Bueno, que me voy, que te tengo que dejar, que llego tarde. Adiós preciosa, hasta mañana, un beso.
- Un beso, ciao.

La chica cerró el móvil en el momento en que todos los cuerpos volvieron a su postura inicial, pero sin notarse ya una sola cara ni incluso un mohín de desagrado. Alguien carraspeó y movió la cabeza como si demostrara de esa forma lo mucho que la conversación le había gustado. Otro miró por la ventanilla viendo todo lo que miraba, y una abuelita, muy cerca de la chica se permitió hasta dar un suspirito.

- Hay que ver los años que hace ya de aquello - se dijo muy bajito para ella.

Entonces, Sara me preguntó que si desde donde yo estaba podía oír tan clara la voz del chico al otro lado del teléfono. Y yo le contesté que en absoluto, pero que me bastó con no perderme un solo detalle de los gestos tan bonitos que hacía la chica con su cara al hablar.

- Vamos, como si te estuviera mirando a ti.

Entonces Sara lo miró y le dijo

- ¿A que te como?

Y así transcurrió aquella tarde en que me imaginé que Sara era la chica del móvil y yo el que hablaba con ella.





jueves, 29 de octubre de 2015



LEYENDAS DE PASIÓN Y SU BANDA SONORA


Cuando el Coronel Ludlow, decepcionado por el comportamiento del ejército americano con la reserva india, se fue a vivir a un rancho solitario de las Montañas Rocosas, no imaginaba que su altiva y señorial mujer le diría que jamás la iban a enterrar allí, ni a ella ni a su charme y glamour, ni a su pintalabios. 

Así que una mañana, se despidió de sus hijos bajo la interesante pose pensativa de su marido y, tomando el portante, se marchó a la Costa Este, a beberse dos daiquiris con una guinda roja y otra verde.

Transcurrido el tiempo, sus tres hijos crecieron y un día, el menor de ellos, se presentó en casa con una inesperada novia. La muchacha, que era de natural agraciada, cimbreaba tanto sus pestañas al mirar que sus ojos parecían dar largas en una autopista de noche, niebla y soledad.

Pero héteme aquí que, cuando en esas estaban, estalla la PGM y el menor de los hermanos muere en combate, quedando el camino casi expedito para  que se quisieran ella y el mediano de los hermanos, habiendo estado tanto tiempo ese amor dormido y atado de pies y manos.

Bueno, pues siguieron pasando los días y Tristan decide recorrer el mundo para olvidarse de aquel amor que, arrepentido, creía que aún le pertenecía a su hermano. Entonces la muchacha al ver que su amor se marchaba de su lado, despechada - ¡Ay el despecho, cuánto paso en falso se dio en su nombre amparado! - se casa con el que menos le gustaba. Aunque más tarde, al ver que cuando el mediano regresa y se casa con la muchachita india del rancho, ya crecidita, no lo puede resistir y se descerraja en la cabeza un tiro... con lo que eso duele.



Me quedo con una palabra: Encanto, el primer encanto de un rostro, porque... ¿tienen todas las mujeres encanto? Indudablemente que sí. El problema surge cuando lo tienen para unas personas sí y para otras no, precisamente quizás para quien le gustaría que lo tuviese. 

También es de resaltar esa difícil situación del hombre cuando, de tres de ellos, ella nota que sí, que los tres estarían dispuestos a bajarle, si hiciera falta, la luna. Pues si es así, muchacho... ¡Huye, pírate, desaparece! porque seguro que le hará más caso escénico al que menos le guste y tú... bobalicón, jamás te vas a enterar. Mira que te lo he advertido, eh.

Para terminar me gustaría decir que, a veces, ocurre que la BSO de una película vale tanto como casi la peli entera. Desde luego, esta es una bellísima banda sonora ¿Que no estás de acuerdo? Bueno, tampoco a mí me gustó nunca tu cuñada y no te lo digo de esa forma tan descarada.




BALLET EN EL CAFÉ. LA DANZA DE LAS HORAS


Esta obra la escribió Ponchielli en un rasgo de inspiración, una tarde en que tocaba el piano sin mirar el reloj. Cuentan que, según componía, así fue imaginándolas todas, yéndosele además el tiempo sin siquiera sentirlo. Démosle pues, matrícula en imaginación.

¿Cuáles son las de vuestro mejor parecer? La de las nueve de la mañana o quizás las del atardecer? ¿O preferís como yo la que va por libre, la hora cero? Vosotras seguro que habéis elegido todas al minutero. 

Ponte los cascos, dale al volumen y abre la pantalla ¡Es espectacular!