viernes, 30 de octubre de 2015



EN UN AUTOBÚS DE LA EMT

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Una apacible tarde de otoño en que me estaba tomando una taza de café con Sara, me preguntó que qué había hecho por la mañana. Yo le dije que nada, que nada en especial, hasta que en seguida me acordé.

Bueno sí, más o menos a media mañana, estando en la parada del autobús, pensaba yo sobre cuánta gente, de la que veía pasar o estaban conmigo bajo la marquesina esperando el autobús, sería medianamente feliz.

Y en eso estaba cuando llegó el 27, se abrieron las puertas y entramos casi atropelladamente, sobre todo yo, pues siempre me gusta sentarme en ese asiento que llevan a contramarcha. Al verlo libre, di unas zancadas y me senté en él. 

Entonces, agazapado tras las gafas de sol, me puse a observar a la gente por tenerla de cara, aunque supongo que ellos harían lo mismo conmigo y a saber qué dirían. Los miraba como si tratara de adivinar lo que iban pensando. Pero el panorama era desolador. 

Mira, unas caras eran de preocupación, otras parecían como de malhumor, y las más miraban por la ventanilla pero sin ver, vamos, como si estuvieran en Babia. Por cierto, bella comarca de la provincia de León.

Bueno, pues todo transcurría así, hasta que de pronto sonó un móvil. Una chica muy joven, apenas tendría 17 años, abrió su bolso, miró la pantalla y de pronto se le iluminaron los ojos esbozando una amplia sonrisa que no pudo contener.

- Hola - dijo con esa dulzura con la que a veces algunas se expresan, sobre todo tú.
- Ya empezamos... Va, sigue.
 - ¿Cómo estás? - le preguntó ella.
- Deseando verte ¿sabes? Hoy te he abrazado al volver una esquina cuando vi que nadie miraba.
- Jajajaja, tonto...
- Es que no me he podido aguantar ¿sabes? ¿a ti no te pasa?
- Pues claro, pero yo no necesito que haya ninguna esquina ¡Jajajajaja!

Y de pronto a todos les cambió el semblante. Unos despertaron de su letargo, otros sonreían casi sin quererlo, pero todos aguzaron el oído. De modo que los que iban detrás inclinaban el cuerpo un poco pretendiendo escuchar más y mejor, y los que se sentaban delante, echaban la cabeza hacia atrás soltando sus grandes orejas de elefante, como pretendiendo enterarse de lo que se decían aquellos dichosos amantes.

- ¿Sabes?
- Dime - le decía ella con los ojos encendidos de ternura.
- Mañana cuando te vea, nada más bajarme del tren, seré el hombre más feliz de la tierra.
- ¡Qué cosas más bonitas dices...!
- Bueno, que me voy, que te tengo que dejar, que llego tarde. Adiós preciosa, hasta mañana, un beso.
- Un beso, ciao.

La chica cerró el móvil en el momento en que todos los cuerpos volvieron a su postura inicial, pero sin notarse ya una sola cara ni incluso un mohín de desagrado. Alguien carraspeó y movió la cabeza como si demostrara de esa forma lo mucho que la conversación le había gustado. Otro miró por la ventanilla viendo todo lo que miraba, y una abuelita, muy cerca de la chica se permitió hasta dar un suspirito.

- Hay que ver los años que hace ya de aquello - se dijo muy bajito para ella.

Entonces, Sara me preguntó que si desde donde yo estaba podía oír tan clara la voz del chico al otro lado del teléfono. Y yo le contesté que en absoluto, pero que me bastó con no perderme un solo detalle de los gestos tan bonitos que hacía la chica con su cara al hablar.

- Vamos, como si te estuviera mirando a ti.

Entonces Sara lo miró y le dijo

- ¿A que te como?

Y así transcurrió aquella tarde en que me imaginé que Sara era la chica del móvil y yo el que hablaba con ella.





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