viernes, 16 de octubre de 2015



CADA VÍDEO TIENE SU MÚSICA PERO TAMBIÉN SU LETRA

No sé por qué pero me ponen las viejas ciudades con sus edificios señoriales y sus farolas de antaño, las vías de un veterano tranvía o la estación de trenes con sus resoplidos y silbidos, notas de una nostalgia de adioses, encuentros y despedidas, brisa marina y una elegante mujer ataviada con gabardina.

A medida que se va levantando el día, se cuentan al oído sus cosas un evocador chelo y una coqueta trompeta, yo creo que él ya se enamoró hasta las trancas de ella.

Un hombre, en la borda del barco que acaba de zarpar, fija la vista en la espalda de una sugerente y enguantada mujer, de vestido estrecho, que mira hacia las muelles donde una desdibujada figura le dice adiós con la mano.

Otro barco, éste de vela, atraviesa la dársena con una muchacha apoyada en una de ellas y estirando todo lo que puede el largo verano. Tampoco sé por qué las mujeres tumbadas decúbito prono, tienen tendencia a levantar perpendiculares sus pies como si fueran un cortejo de cisnes.

Por cierto ¡qué elegante me ha parecido siempre el negro en una mujer! Aunque sea con ese sofisticado tocado que le da también su puntito de glamour.

Esta tarde la he llamado por teléfono y estaba comunicando, a saber con quien estaría hablando. Me gusta con sombrero de hombre y ella lo sabe, por eso cuando me quiere agradar se lo pone.

Un día me dijo que le parecía verme en todas partes, en el casino, en el aeroclub y en esa playa septembrina donde cada año se nos muere otra Venecia. Oye, y a mí eso me llena de orgullo ¡qué quieres que te diga! Simple que a veces se vuelve uno, pero me gusta.

Hace tiempo que no voy a un cine de verano, pero no de esos que salen en las pelis, esos son cines de coches americanos o con chuletas imitando al hortera del Marlon Brando.

Me encanta el color, a veces hasta me fascina, vamos, que me orgasmea... ¡Oh, cómo envidio las paletas de algunos pintores! con esas bellas gamas y manchas que en sus cuadros jamás lucirán, pues pasaron por la censura y el consenso tanto el propio como el ajeno no las dejó pasar.

¡Qué bonitas me resultan las calles mojadas llenas de paraplues de Cherburgo donde brilla la lluvia, mientras los que con ellos se cubren, se besan y mecen.

Una calle solitaria y, justo en la esquina, me ha tomado por la cintura acercándose. Me ha dicho que para no mojarse y,. naturalmente, la he creído.





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