lunes, 12 de octubre de 2015



UN VALS,  NOCHES DE MOSCÚ Y PALABRAS

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Cuando abrí la ventana que daba al parque, un soplo de aire fresco se coló en mi habitación. Había estado lloviendo durante toda la mañana y ahora, en la tarde, las hojas de los árboles rezumaban su fragancia por todo el barrio. Me gustaba ese olor que tanto me recordaba la infancia y buena parte de la adolescencia.

Entonces, sin saber cómo, aunque la memoria es caprichosa, por pegadiza y esquiva, recordé que hace ya bastantes años, en aquel atribulado viaje, casi me enamoré de ella como se enamora de la lluvia alguien que jamás usó paraguas.

Hacía mucho frío cuando al llegar a aquel Café oí su voz por primera vez. Varios hombres y mujeres cantaban y charlaban. Me impresionó la frescura de su tono y su sonido, de ahí la huella que dejó en mis entresijos. 

Ilusionado por nombrarla, pregunté su nombre pero ni me supe explicar ni me entendieron, así que me quedé sin saberlo. Más tarde, después de unos gestos y unas señas alguien me dijo algo que yo entendí como Anastasia. Entonces la señaló a ella. Me miró y en seguida sonrió. Noches de Moscú suspendidas en la agradable memoria de aquel ambiente de músicas sonrisas y miradas.



Su boca era hermosa y sus ojos de color indefinido. Era rubia, sofisticada, y tocaba como un ángel la balalaika.






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