sábado, 10 de octubre de 2015



LLEGÓ EL OTOÑO

Una ventolera arracimaba las hojas de los árboles contra la puerta pintada de verde del Café de Zhivago, justo cuando la tarde caía.

-     Cada vez oscurece más pronto – decía para sí el Búho resoplando de frío, mientras caminaba. 

Agazapado y con las solapas del abrigo subidas por el viento que comenzaba a arreciar, el Búho vislumbró en seguida la inconfundible figura del escritor destacando iluminada en una de las ventanas del Café. Y eso, le reconfortó. Los álamos se movían inquietos y se escuchaba con claridad el ruido que de vez en cuando hacía la hojarasca desperdigándose por todo el parque. 





Entró, saludó a algunos conocidos y, en seguida, fue a ocupar una de las mesas que más le agradaba, la que estaba junto al ventanal del rincón. 

Vamos a ver... Cuando hace ya casi una semana que - Chupaba el Búho su lapicero mirando por la ventana e intentando arrancar el relato - No, mejor... Sí, eso es.

Siempre me agradó, cuando se despide el verano, darme un largo paseo por el parque para disfrutar viendo caer las hojas. Hojas que, cual paracaídas de colores, aterrizan sobre el albero de la alameda que suelo cruzar para llegar a este Café de Zhivago. Recuerdo que un año, justo al atardecer, se desmadraron tanto que parecía  que estuviesen de fiesta nada más enterarse de buena mano, que ya se había largado el verano.

Nunca entenderé por qué hay gente a la que no le gusta el otoño y le deprime este entretiempo de reflexión y de cambio ¿Quizás porque nunca trataron de caminar un rato por entre esos árboles altos?

- ¿No te fijaste - recordé haberle oído decir una vez a la hoja de un roble – que el otoño me va con todo, me ponga lo que me ponga? 

Es que de esas camaleónicas hojas cuentan que se pintan ojos y labios, de ocre y de amarillo, yéndose a correr después formando vistosos corrillos. Las rojas con pecas, las marrones y violetas, las nervudas y verdes marcarán este año la moda en la Pasarela Cibeles.

Nada como el otoño cuando está en imponente sazón, nada como sus atardeceres y el aroma de esos árboles cuando acercas la nariz a sus húmedos troncos, nada como el sonido de sus hojas cuando al pisarlas suenan como si te dolieran pero, sobre todo, nada como entrecerrabas tus ojos volviéndole la cara al viento, abrazándote sin bulla, con ese gesto de frío y esa coquetería tan tuya.

Y es que cuando el otoño se va y las hojas dejan de corretear, sólo queda en los parques, tristeza, melancolía y a veces... Polvo en el viento.




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