sábado, 10 de octubre de 2015



¡CADA VEZ ESTÁS MÁS GUAPA, CAI!


Me di cuenta que me había enamorado de ella, cuando supe que desconocía el porqué de que me gustara tanto. No sé si era por su ingenio, la luz de la bahía o la gracia de sus tangos. Desde entonces fascinado por su belleza quedé, justo cuando empieza la Cortadura y termina el Parque Genovés.

Había oído hablar tanto de ella que, ahora que me acuerdo, jamás pregunté si era rubia, morena o tenía rojo el cabello. Hasta que una noche, enredado en su madrugada, le vi de cerca sus ojos fenicios, negros y moros, noté el perfume de su cuerpo salino, y sentí como propio cada uno de sus latidos, justo al doblar la esquina de una calle cualquiera, con el viento entreabriendo su falda y la brisa en su boca de nácar.

Me vuelve loco el salitre, pero también tus ojos cuando saben que no te miro porque entonces sé que me miran ellos. Ese salitre que por la tarde, tan atrevido, en tu espalda ronea, cuando por la baja marea asoman los andares que por tu playa paseas. 

Y así, al arrullo de la brisa marina, con olas de belleza infinita, se me queda soñando el alma, bajo la luna,  mientras dormida suspira.

Nunca entendí muy bien ni quise pegar un tiro al aire y caer en la arena. Y menos hablando de Pepa con su cuerpo de cisne y la mirada de leyes serena, pero sí besar sus labios de agua muriendo de celos la luna, pero también de pena.  





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