sábado, 10 de octubre de 2015



LA SEGUNDA VOZ


En cuanto supo lo triste e infeliz que ella se sentía, ya nada le importó. Ni la mafia ni ninguno de sus jerifaltes.

- ¿Pero estás loco, Richard? - le advirtieron desde Harlem hasta el mismísimo garito de Alducio Genovese - ¿es que no sabes que es la chica del Jefe?

Pero a él igual le daba, no soportaba verla siempre con esa tristeza bajo la zarpa de aquel indeseable buitre. Así que, engominándose bien el pelo frente al espejo del camerino, tomó su trompeta y fue a su encuentro convencido de que aquellos fascinantes ojos, ahora tan tristes, esa noche dejarían de serlo.

Y todo eso sin saber que ella siempre había deseado que quien la amase, lo hiciera con ternura, como si le estuviese haciendo la segunda voz. Entonces, al besarlo, le hizo un amago discreto, y a él le bastó con el gesto.

Las palabras no siempre se entienden mejor que las miradas.





Isaías, versículo 33, Barrio del Beso.


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