lunes, 26 de octubre de 2015





EL SWING

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Como bien dijo mi admirado Manuel Vicent, en un artículo que le leí hace ya unos años en esa página del País desde la que decía fino la domenica prossima, el swing no es solamente algo relacionado con la música o el golf.

Efectivamente, cuánta razón tienes, Manuel, pues, contra lo que mucha gente cree, el swing no es solamente esa forma de interpretar la música ajustándose a un estilo de jazz, ni tampoco ese movimiento lleno de arte, dificultad y embrujo, al decir de algunos, que hace que la pelota, al ser atacada, haga que la figura del golfista quede, tras el golpeo, tan armoniosamente descompensada.

El swing, damas y caballeros, es mucho más que eso, porque la persona que tiene swing, es porque la eligieron los dioses. Porque el swing es también un modo de sonreír, de anudarse una corbata, de cruzarse mi prima Carlota de piernas o, a la vez, de sostener una copa en la mano, de envolverse en un fular, o de contar algo ingenioso y disparatado que haga que las damas de antes dejen el punto a un lado para ponerse a escuchar.

El swing es el estilo, la clase, el susurro, la sencillez, no el boato, nunca los gritos ni los aspavientos, es la discreción, el saber estar, las buenas maneras y jamás el cabreo ni los cotilleos. El swing es escuchar con la mejor de las atenciones, sentarse en un sofá con los dos pies en el suelo, si acaso uno de balanceo, pero en ningún caso colocado sirviendo de base al placentero perineo.

El swing es el revuelo que imprime el viento a tu falda o el modo en que te la recoges cuando bailas. Un adiós, un encuentro y tu seductora mirada. El swing... yo diría que es también hacer agradable la vida a tu entorno sin que mucho se note y, desde luego, hacerte feliz aunque esta vez me importe muy poco el que meze note.




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