sábado, 10 de octubre de 2015



LAS CUATRO VENTANAS



Sé que vivía en el edificio de enfrente porque a diario la veía aunque desconocía su risa, escuchado su voz no había, ni tampoco su nombre sabía. Pero lo que sí llevaba contadas eran las veces que nos habíamos cruzado al caminar por el barrio. Y de todas... no recuerdo haberla visto nunca acompañada ¿Vivirá sola? - me pregunté.

Pero de todos los días en que me cruzaba con ella, el que más me gustaba era el sábado, porque ese día, por la mañana, como un reloj - cosa que agradecía - salía a la misma hora a comprar el pan y el periódico. 

A esas horas, apenas iba pintada, pareciendo que nos cruzásemos en el pasillo de casa. Hasta que uno de los sábados me decidí, cambié el itinerario y me fui tras sus pasos para coincidir con ella en la panadería. De cerca, y de perfil, aún me sedujo todavía más.

Recuerdo que algunas noches de primavera, salía al balcón y, mientras me fumaba un cigarro, la seguía con la mirada andando de de habitación en habitación. Vivía en el piso de más arriba en esas cuatro ventanas de la derecha.

Ahora hace ya dos meses que vivimos juntos en mi casa. Al poco de conocernos se lo pedí y me dijo que sí. Por cierto, la semana pasada me rompí una pierna y ahora la tengo en alto, enyesada, y casi sin poder moverme. Menos mal que me agencié una varita muy fina para rascarme cuando me pica.

Sin embargo estos días, es curioso, no paro de preguntarme ¿Acaso no me precipité cuando le propuse que se viniera a vivir conmigo? Lo digo porque... si no hubiera sido así, qué bien me lo pasaría, con la cantidad de tiempo libre que ahora he tenido, vigilando con mis prismáticos esas cuatro ventanas tan soñadoras del ático.


Foto de Jesús Gómez Menéndez.

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