lunes, 12 de octubre de 2015



MACADAMIA


Sería poco más de las seis cuando, tras oírse unos truenos, comenzó a llover, yo diría que hasta con mala leche. Pero Macadamia, imperturbable a tan arisca intemperie, cruzó despacio por el parque, con esa forma tan peculiar que tiene ella al andar. Bajo el amplio paraguas y enfundada en su elegante gabardina negra, Macadamia caminaba con la parsimonia con que caminan las panteras bajo un cielo keniata de estrellas.
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Entró en el Café, se sentó junto a la cristalera y nada más sacar un cuadernillo del bolso, se puso a releer las notas que había ido tomando. La pobre ya tenía esa esclava afición. Y es que apreciaba tanto la forma en que algunos autores se expresaban que, sin darse mucha cuenta, se había ido metiendo en ese fascinante mundo de ponerse a escribir, sin saber cómo, ni cuanto, ni porqué ¡Pero le atraía tanto!
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Macadamia tiene los ojos negros y en las distancias cortas le brillan tan quietos que parece que te mires en ellos como en dos espejos gemelos. Macadamia tiene nalgas de manzana que cuando al caminar las mueve, la arboleda se le va detrás para ver lo que aprende. A Macadamia, cuando escribe, le gustaría transmitir lo que ella misma siente cuando lee las páginas de ese autor que le es tan diferente.
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Una madrugada, estando yo sentado en el banco de fuera, se me acercó el poeta y me dijo.

- ¿Sabes que Macadamia se ha enamorado? Pero se ha enamorado de dentro hacia afuera, como enamora al rocío la hierbabuena.

Macadamia guarda su amor en secreto con tanto celo que ni siquiera su amado ha podido saberlo. En una noche de lujuria y sentimiento, dejando esas gafas que tan misteriosas siempre lleva, mirándola bien de cerca... ¡me hubiera gustado tanto saber lo que sus ojos se cuentan!
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Sin duda que fue una agradable noticia saber que Macadamia estaba enamorada porque así dejaba la puerta, al halo de mi esperanza, tan tentadoramente abierta. A veces quisiera escribirle algo pero nunca me atrevo, tal vez porque no quisiera estropear, con mi torpeza, lo que siempre he sentido por ella.
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Con mi pensamiento revolcándose entre las miradas que a sabiendas siempre dirige hacia donde sabe que no estoy, me es más difícil olvidarla. Macadamia guarda un beso para estampar y una caricia, junto a la aguja perdida en su pajar.
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Otro día en que Macadamia dejó el velador, en el que durante toda la tarde estuvo escribiendo, para acudir un momento al tocador, no pude ceder a la tentación de acercarme con discreción, leyendo a vuelapluma algo que me gustó.

Si por la noche, al abrir tu ventana, no sientes que yo también abro la mía, será porque el mundo se ha acabado como decía aquella canción. Pero ahora que lo pienso... ¿y eso qué nos importa si aunque este mundo se acabe, nosotros nos seguiremos queriendo?






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