lunes, 12 de octubre de 2015



TE PRESTO UN OTOÑO


Eso te dije, pasado el calor del verano, el día aquel en que nos sorprendió el sonido de la primera tormenta. Yo sabía que, aunque lo deseabas, nunca te hubieses atrevido a revivir ese otoño, estando segura, como estabas, del amor que le tenía.
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Por eso, cuando te lo presté, te recomendé tanto el que no dejaras ni un sólo minuto de cuidarlo. De cuidar ese otoño de tan gratos recuerdos, de ese otoño que tanto nos acompañó cuando, al atardecer, íbamos a pasear por el parque o por aquella verde hondonada que tanto te gustaba.
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Conversando en silencio, mirando yo dentro de tus ojos y tú de los míos. Con ternura y sin apenas un gesto, quizás una leve sonrisa, regresábamos luego a nuestra casa con mis sentimientos llevando a caballito a los tuyos. Por eso me gustaría volver a decirte, que no dejes de cuidar ese otoño.
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Porque ya no podemos ir juntos por el parque, pero tú… hazlo.
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Porque ya no podemos seguir el curso del río dirigiéndonos hacia aquel robledal por donde tanto paseamos, pero tú… hazlo.
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Porque ya no podemos caminar bajo aquel enorme paraguas que me compré, pensando únicamente en nosotros, mientras la lluvia nos acompañaba cayendo en un suave sirimiri para no molestarnos, pero tú… hazlo.
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Porque ya no podemos tomar café en aquel acogedor porche donde tanto nos miramos sin apenas hablarnos, pero tú… hazlo.
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Porque también sería ya difícil echarnos de menos tanto, tanto como antes nos echábamos, pero tú… pero tú no lo hagas porque hace unos días que me adelanté y te gané por la mano.
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Y te gané…
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Porque ya paseé otra vez por ese parque con un remolino de hojas amarillas cruzándose bajo mis pies.
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Porque ya bajé al valle, a esa parte de la margen del río donde sus aguas lamían los troncos y hasta las almas de aquellos vetustos robles y donde, muy cerca, los juncos se alborozaban, con la ligera brisa que soplaba, nada más vernos llegar.
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Porque ya empuñé mi paraguas mientras la lluvia, golpeándolo hoy sin miramientos, trataba de interrogarme sobre cuál era la razón de que fuera ahora tan triste, bajo aquel amapolón negro tan grande.
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Porque ya me tomé ese café caliente... pero en aquel desangelado porche, ahora tan frío, sin nadie a quien mirar ni nadie a quien escuchar.
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Porque te echo de menos aunque haya sido tan torpe que apenas un par de veces te lo dije, y porque eso de prestarte un otoño, fue tan sólo una excusa de adolescentes para escribirte esto que ahora lees y para decirte también que cómo iba a prestarte un otoño si no existe, en este mundo, otro otoño más bello que tú.




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