viernes, 16 de octubre de 2015



ERA UNA TARDE GRIS...


...Y los árboles, medio desnudos, parecían tiritar de frío abrazándose unos a otros como podían - escribía Macadamia mientras se soplaba las manos del frío que había pasado yendo por el bulevar, hacía tan sólo unos minutos. Pidió una taza de café bien caliente y, después de volcar sobre ella la mitad de un sobrecito de azúcar, se la llevó a los labios, cerrando después los ojos de puro placer. 

- Vamos a ver - releía lo que había escrito - ...abrazándose como podían. 

Entonces siguió escribiendo. 

Todo eso lo observaba él desde el autobús sentado en uno de esos asientos que hay a contramarcha, donde solía sentarse para observar mejor a la gente. Esa tarde todos parecían ir distraídos, taciturnos, quizás malhumorados, pero en cualquier caso como más o menos estaba la tarde. 

De pronto subieron al autobús dos chicos y dos chicas, jóvenes, de unos 16 años. Permanecieron de pie muy juntos hasta que uno fue a sentarse muy cerca de donde, por ejemplo... Zhivago estaba.

Entonces observó cómo una de las chicas miraba fijamente al que tenía en frente de pie junto a ella. Era una mirada luminosa, como extasiada, y provista de una gran seducción que el muchacho, extrañado, aceptó pero sin saber muy bien qué hacer, mientras el otro observaba la escena desde su asiento.

Pasaron unos minutos y enseguida me di cuenta de que el que de verdad le interesaba a la muchacha era el otro, el que estaba sentado mirando la escena.

¡Mira que son complicadas! - exclamó Zhivago - Era como una forma de decirle la muchacha al que estaba sentado... Observa cómo miro si fueses tú el que tuviera delante y no éste.

Es la eterna historia del mundo, el de la seducción y el desdén, del disimulo por parte de nosotras, y el no darse cuenta por parte de ellos porque andan en Babia y que no lo advierten - yo creo que algunos ni eso - hasta bien pasada esa lenta... pero lentísima adolescencia que luego, para colmo, la echan en falta, como a nosotras también nos pasa. Hay que fastidiarse.

Bueno, pues cuando ya caminaba Zhivago desde la parada a su casa, se le desdobló el Búho de pronto y se le puso a hablar de cosas muy interesantes y que le dejaron una honda huella, lo que pasa es que Zhivago ahora no se acordaba.

- Pero qué canalla eres, Yuri.
- Va no te enfades, Búho, y escucha esta canción que sé que te gusta.
- Pero si al que le encanta es a ti...
- Vamos a ver, si yo te necesitara ¿vendrías a mí para aliviar mi dolor?
- Vete a hacer puñetas, anda.



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