domingo, 1 de noviembre de 2015




CAMINANDO POR LA ORILLA


.
Eran los últimos rayos del día cuando, cansado por levantarse tan de mañana, el sol se ocultaba tras la montaña para ponerse ya el pijama. La playa estaba tranquila, apenas si había gente, una pareja peleaba por ocupar ambos el mismo lugar de la toalla mientras, a lo lejos, un perro desatado le ladraba a las olas.

Contra lo que no era mi costumbre, me había bajado una novela que estaba naturalmente mal leyendo, por quedarme extasiado unas veces con la belleza del mar y otras, por enterrar los pies en la arena y respirar mirando hacia el cielo aquel aire salino, que despertaba una y otra vez mis recuerdos más dormidos. 

Observaba la amplitud de la playa cuando, al girar la cabeza, distinguí una silueta que avanzaba despacio andando por la orilla. Era la figura de una mujer, de eso no había dudas y, aunque a esa distancia no se le adivinaban los rasgos, sí que parecía tener un aspecto muy agradable.

Entonces, quise tomar el libro de nuevo pero lo volví a dejar para incorporarme un poco más y convertirme, de esa forma, en un espectador de excepción por no querer perderme aquel modo de caminar. Caminar que, a medida que se iba acercando, daba a aquella imagen un tono de misterio y de sugerente atractivo. Me puse las gafas de sol como esos espías que quieren que no se les note que están por la labor y, abrazando mis rodillas, me puse a mirarla con atención:

Tenía los ojos oscuros, alargados y pestañosos, su boca era hermosa, las piernas muy bien formadas, y sus pechos al andar, parecían dos palomas que, a cámara lenta, quisieran escapar. Marcaba muy bien sus pómulos mirando hacia la luz que se escapaba rápida por el frente, aunque hubo un momento en que se volvió a la derecha como si alguien la llamara desde el horizonte.



Según se alejaba, pienso que me hubiera gustado saber qué hacía ella en la playa. Sí, ya lo sé, pasear como también estaba yo allí leyendo un libro sin leer. Y es que a veces a las playas solitarias se va huyendo de algo aunque no se reconozca. 

Por ejemplo... de una decepción, de una ausencia, de una tristeza, de... de... Pero ¿y yo? ¿de qué estaba huyendo yo? Pues sí, ya lo sé, pero ésa es otra historia. A mí me interesaría saber la de ella ¡Pero si la acabas de conocer...! - me dije - Me da igual. Pues no sé cómo lo vas a averiguar, como no te lo inventes...

Ahora que lo pienso ¿por qué me gustará tanto ver a una mujer solitaria caminando descalza por la misma orilla del mar?

- Mira, ahora ha dejado de caminar y se ha sentado muy cerca de las olas ¿sabes una cosa?
- Dime.
- Yo la he visto tristona pero no demasiado porque se la veía segura, creo que ya había tomado la decisión.
- ¿La decisión de qué?
- Pues la decisión de dejarlo. A mí me pareció que ese hombre era poco para ella.
- ¡Virgen Santa!
- ¿Pero qué te pasa ahora?
- Desde luego no sé si acertarás, pero a imaginación no hay quien te gane.





No hay comentarios:

Publicar un comentario