miércoles, 6 de enero de 2016



DESPUÉS DE LA TORMENTA
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Cuando sonó el último trueno como un gigante que se marchara tosiendo, poco a poco también fue escampando la lluvia dejando en el aire un soplo de frescura muy agradable. 

Unas gotas brillaban aún temblorosas colgando de los aleros de los tejados mientras reflejaban la última luz de la tarde. Algunas ventanas de las casas de enfrente empezaban a amarillear y las farolas de la plaza no iban a ser menos, decían.

Entonces dejé el libro que estaba leyendo y me asomé al balcón: Un perro cojitranco cruzaba por la plaza de brinquito en brinquito y el viejo de la esquina pregonaba su lotería mientras un repartidor de butano, dejaba caer las últimas bombonas del camión con ese sonido tan familiar.

Ne volví al salón y por la ventana norte, me quedé mirando a la ciudad que brillaba como esa panorámica de bonitas casas con que suelen empezar algunos cuentos. Me preparé una taza de café y con ella ya en la mano, me senté en el sillón comprobando que una de las bondades de las tormentas, ya sean atmosféricas o de las otras es, ineludiblemente, su paso.

Y es por eso que me vino a la memoria un profesor de Historia del Arte que tuve en 6º de bachiller que algunas de las tardes del jueves en los que teníamos fiesta, venía a dar - a los que buenamente quisieran - unas charlas sobre música. Para ello, se traía de casa el pick up y dos o tres discos bajo el brazo.

Una tarde, nos habló de la Pastoral de Beethoven de la que nos dijo que podía considerarse como un claro ejemplo del impresionismo en la música. Entonces nos pidió que escucháramos con atención aquella tormenta que Beethoven con tan enorme talento había compuesto, para diferenciarla del ambiente tan relajado y sereno que luego creó cuando dicha tormenta se esfumó.

Escuchemos pues, la finalización del paso de esta tormenta que describe de forma tan veraz, con este maravilloso allegreto, el 5º y último movimiento de su sexta sinfonía.




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