martes, 5 de abril de 2016



¿POR QUÉ CREES QUE TE SAQUÉ A BAILAR?


Acababa de tomarme mi segundo daiquiri cuando vi a una chica que estaba de pie apoyada en la pared. Entonces fijándome en ella me pregunté: ¿Y si la saco a bailar? Pero... ¿y si me dice que no? Pues si me dice que no, me aguanto, tampoco sería la primera vez.

Así que, echándole valor al momento, me fui hacia ella justo en el instante en que la aguja del tocadiscos se deslizó por el surco sonando una bella canción que yo ya había escuchado otras veces.

Se lo pregunté y me dijo que sí con un sólo golpe de sus pestañas pero... con cierto retintín, con un aire de distanciamiento que no acabó de gustarme, como si me perdonara la vida, vamos.

- Si será estúpida - me dije para mis adentros porque otra cosa no, pero a discreto... a discreto yo gano mucho.

Siguió  con cara como de sufrida, aunque ya no me molestó porque creí que eso formaba parte de su estrategia para seducirme. Y entonces, con ese cuajo que la definía, me preguntó

- ¿Por qué me sacaste a bailar?
- Pues porque eres la más bonita de todas las que hay por aquí ¿pasa algo?
- No, si yo lo decía por preguntar. Oye ¿sabes que...? 
- Dime.
- Me gusta la forma en que me rodeas la cintura tan suave pero a la vez tan impulsivo.
- Es que tengo yo el brazo muy largo y tú, como la falda, la cintura muy corta.
- ¿Qué es lo que le pasa a mi falda? ¿estarás de broma, no?
- Naturalmente... que no.
- Pues yo la veo divina, además me hace un culín precioso.
- No si eso está claro ¿por qué crees que te saqué a bailar? pero querrás decir culo porque eso de culín... suena un poco cursi, y lo de trasero... vamos, eso ya linda con lo patético. 
- Oye ¿sabes que no me gustan nada los payasetes?
- Pues mira, a mí me encantan las payasetas que parecen enfadarse y luego miran con ese embrujo. Ahora, si te vas a poner trascendente, lo dejamos y saco a otra. Aunque tenga que arrepentirme el resto de mi vida.
- ¿Por pedirle a otra que baile contigo?
- No, por sacar a otra a bailar no, sino por dejar de hacerlo contigo.
- ¿Es eso cierto?
- Pues claro, no me gusta sufrir ¿no te dije antes que eras la más bonita del baile? ¿O por qué crees que te saqué a bailar?
- Bueno, entonces retiro lo de payasete pero siempre que tú no retires lo de payaseta, eh, pues me ha encantado.
- De acuerdo, no lo retiraré pero, por favor, no te pegues tanto contra mis entretelas que hoy me pasé con el puding de ciruelas.

Y entonces fue cuando, armándose de valor, él le susurró al oído si podía besarle dulcemente las sienes.

- A una mujer jamás se le debe pedir permiso para besarla, se nota que eres primerizo.
- ¿Ah no? Lo digo por si me gusta y luego no tenga fuerzas para dominarme y ya no haya nadie que me pare.
- Pues no, se supone que un hombre debe ser lo suficientemente ducho para saber cuando llegó el momento y todavía más cómo continuar o parar.

Se besaron, al principio muy débilmente, aunque como la estructura del Bolero de Ravel todo fue in crescendo. Entonces, rumorosos y con el pálpito de la soledad ya perdida, se amaron con tanta fruición y deleite que la madrugada los pilló completamente desnudos entre sábanas y almohadas. Momento en que, mirando él hacia un puñado de estrellas que titilaban tras la ventana, musitó

- Desde luego, Silvia, cada vez lo hacemos más difícil.
- Calla, tonto, que si no, no vuelve el hechizo y mañana no podrás hacerte conmigo, de nuevo, el encontradizo.
- Es que esto es un venga sobreactuar, preciosa.
- ¿Pero a que te gusta?
- Me encanta. Tanto que igual mañana te lo vuelvo a pedir.
- ¿El qué?
- Pues sacarte a bailar, payaseta.


No hay comentarios:

Publicar un comentario