domingo, 20 de marzo de 2016

BAILANDO EN LA ORILLA... DE PUNTA UMBRÍA
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Pocas cosas habrá tan bellas como esos  atardeceres callados de las playas del sur, donde apenas se oyen los lejanos gritos de las gaviotas cuando se está marchando el sol y viene apareciendo la luna, envuelta en esa brisa de sal y frescura.



Hay una muchacha morena que mira al horizonte, de pie y con andares de reina. Rezuma paz y sosiego y, entre sus labios, lleva enredadas las hebras de su pelo negro.

Del brazo del aparente silencio, comienza a mover lentamente las caderas. Tiene gracia al andar, arte... y su mijita de elegancia, madre. Me quedo observándola fijamente y todo en ella me parece seductor.

¿Qué estará escuchando? Me pregunto al darme cuenta de que, bajo su pelo, lleva prendidos auriculares negros. De repente ha alzado los brazos, sin nadie esperarlo y, como si a la vez tocara unos imaginarios palillos, se ha echado a bailar quebrando su cintura, como se quebró la mejor voz y el mejor toque. Sin embargo, como jamás se quebrará un junco, pero como se quebraron tantos que cantaron, bailaron y tocaron juntos.



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