MI SOLEDAD
Esto lo escribió un muchacho que solía ir por el Café de Zhivago al anochecer. Se sentaba en una de las mesas cercanas a los ventanales y miraba hacia afuera con la caperuza del bolígrafo entre sus labios.
Era un muchacho desgarbado y solitario, con el pelo largo tapando sus dos ojos que parecían luciérnagas en cuanto escribía, y que solía llevar una gabardina raída.
Lo que a continuación sigue sé que lo escribió él porque después de llenar la cuartilla, la arrugó desconsolado, la dejó aun lado sobre la mesa, pago su café y se marchó.
La verdad es que, después de acercarme con discreción y leer lo escrito, a mí no me pareció que fuera para arrugarlo pero... claro, cada uno tiene sus gustos. Bueno, pues esto fue lo que escribió.
He llegado a acostumbrarme tanto a su voz y a su aliento que, hasta en las circunstancias de más honda melancolía, ya no volví a sentirme solo de noche, ni tampoco al rayar el día. Incluso las veces en que, por tomar otras veredas adquirí el compromiso de desbrozar malezas de otras espesuras, nunca me lo tuvo en cuenta. Y eso porque siempre aceptó mi compañía, de noche y luego al llegar el día.
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