sábado, 10 de octubre de 2015



MI SOLEDAD


Esto lo escribió un muchacho que solía ir por el Café de Zhivago al anochecer. Se sentaba en una de las mesas cercanas a los ventanales y miraba hacia afuera con la caperuza del bolígrafo entre sus labios.

Era un muchacho desgarbado y solitario, con el pelo largo tapando sus dos ojos que parecían luciérnagas en cuanto escribía, y que solía llevar una gabardina raída.

Lo que a continuación sigue sé que lo escribió él porque después de llenar la cuartilla, la arrugó desconsolado, la dejó aun lado sobre la mesa, pago su café y se marchó.

La verdad es que, después de acercarme con discreción y leer lo escrito, a mí no me pareció que fuera para arrugarlo pero... claro, cada uno tiene sus gustos. Bueno, pues esto fue lo que escribió.


He llegado a acostumbrarme tanto a su voz y a su aliento que, hasta en las circunstancias de más honda melancolía, ya no volví a sentirme solo de noche, ni tampoco al rayar el día. Incluso las veces en que, por tomar otras veredas adquirí el compromiso de desbrozar malezas de otras espesuras, nunca me lo tuvo en cuenta. Y eso porque siempre aceptó mi compañía, de noche y luego al llegar el día.




Cuando algunas madrugadas me da por imaginar y ella lo observa por encima de mi hombro, me dice que le gusta lo que escribo pero que sin duda lo que más prefiere, es cuando le dije sin apenas mover los labios, que jamás me iría de su lado, de su café, ni de su barrio.



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