UN PASEO DE MADRUGADA
Nada puede permanecer más en mi recuerdo - me contaba una vez el
Búho - que el paseo de madrugada que di una vez con una mujer que nada más
verla y en seguida conocerla, me pareció diferente.
¿Que por qué era diferente? Pues no lo sé - contestó a mi pregunta
- pero a veces, sin apenas cambiar unas frases, uno se da cuenta que lo es. La
forma en como te mira o, quizás, cómo suspira...Diferente por sentirme a su
lado primerizo y, a la vez, muy cómodamente.
Fue mediado el otoño, había una reunión de amigos de la que yo
era el único desconocido. Al bailar - me decía - apoyando su cabeza en mi
hombro, me di cuenta en seguida que su peso era directamente proporcional a su
afecto y confianza.
Cuando salimos de allí, la temperatura era muy agradable y las
farolas alineadas sobre las calles empedradas, como si pidieran permiso,
iluminaban con timidez la silueta que iba dibujando su sombra al andar.
Algunos bares ya estaban cerrando con sus mesas y sillas
agrupadas, pero entramos en uno a tomarnos un café. Después continuamos el
paseo hasta que, bajando hacia el Sena, nos quedamos frente a frente mirándonos
y sin saber qué decirnos, pero a ninguno de los dos nos importó ni dijo tampoco
eso de... ha pasado un ángel.
La noche era preciosa como también el silencio que por las calles flotaba. Entonces quise hablarle de amor pero no me salió nada, vamos, ni siquiera un poquito ¡Me parecía ella tan bonita con aquel lindo vestido!
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