sábado, 14 de septiembre de 2019

CONVERSACIÓN ENTRE DOS NOBELES

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- Oye, Alberto.
- Dime, Rabindra.
- ¿Tú eres de ciencias o de letras?
- ¿Tú qué opinas?
- Hombre, lo digo por esos pelos que llevas que pareces una loca...
- Pues anda que tú ¡Mira el indio por donde nos sale ahora, con esa barba que te has dejado que pareces un chivo!


- Es que yo no soy de ciencias.
- ¡Naturalmente! Ni aunque quisieras, Para ser de ciencias hay que tener lo que se dice… un puntito.
- Pues tú debes tenerlo muy escondido porque ni se te ve. Además ¿no me jodas que por esa birria de fórmula de E igual a no sé qué por no sé cuánto elevado al cuadrado, te dieron el Nobel de Física?
- Pues no, el Nobel no me lo dieron por eso, espabilao, que eres un espabilao, el Nobel me lo dieron por una cosa que se llama el Efecto Fotoeléctrico.
- Ya decía yo... ¿y eso qué es?
- Ya decías tú, no. Lo que pasa es que los que tenían que calibrar el sentido y la profundidad de mi Teoría de la Relatividad, seguramente no entendieron ni flores de lo que yo en ella decía. Y respecto a lo del Efecto, sería tan inútil explicártelo que ni se me ocurre intentarlo. Aunque lo tuyo... lo tuyo sí que tiene delito, vamos, pero mira que darte el Nobel de Literatura por semejantes cosas.
- ¿A qué te refieres, si puede saberse? que me parece que vas de listillo...
- Pues me refiero a varias como, por ejemplo, a la cursilada esa de que... Si lloras, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas ¿Pero se puede ser más cargante?
- ¡Ay, señor, señor! ¿Pero cómo le voy a hablar de sensibilidad a alguien que lo más tierno que ha visto en su vida ha sido un desfile de la Wehrmacht?
- ¿Que yo he visto un desfile de la Wehrmacht? ¿Que yo he visto un desfile de la Wehrmacht…? ¡Una leche...!


Entonces, aprovechando que ya había llegado el camarero, Rabindranath, le dijo…
- Pues para mí, un cortadito con sacarina y sin espuma con esos dibujitos de ahora, porfa.

Y los dos amigos, esas dos cabezas pensantes, aquellos  monstruos de la naturaleza, cada uno en su propio estilo, tan útiles para la ciencia, las letras y por ende para la humanidad, una vez que pagaron lo bebido que, por cierto se lo jugaron a los chinos, pues en los bolsillos ambos tenían hasta cocodrilos, se fueron bulevar abajo, asidos del brazo, disfrutando de su conversación pero más de su enorme amistad, aunque también de la buena tarde que hacía con esa brisa tan tibia que soplaba.


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