martes, 17 de septiembre de 2019

UN CAFÉ DE LOS DE ANTES
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Françoise tenía un Café de esos antiguos que conservaba el encanto de antaño en sus veladores, pero también en esa luz tamizada que se filtraba por las ventanas, y en el aroma de las tazas velando su cercanía al lado de cualquier escrito. 

Ella lo había visto alguna vez por la mañana. Se tomaba un café rápido en la barra y en seguida se marchaba.


Pero una tarde, se sorprendió cuando lo vio llegar y sentarse. Parecía demasiado serio y quizás inaccesible aunque cuando se dirigió a ella, para pedirle un café, lo hizo con una amabilidad más que exquisita. Le gustó también que abriera una especie de cuadernillo y apoyara en él, un bolígrafo y unas gafas que se sacó del bolsillo de la cazadora.



Cuando después de un buen rato apuró su café y cerró el cuadernillo, a ella le quedó en suspenso ese sentimiento, ese regusto de que a lo mejor mañana o cualquier otro día, vuelva y ella, sin que se diese cuenta, lo miraría viendo cómo escribía. Entonces pensó:

- Igual nos hacemos amigos.

Sin embargo, ella tenía que limitarse a esperar, no sabía que es lo que había pasado pero, desde hacía un tiempo, andaba solitaria, sin amigos, apenas algunos conocidos.

Esa tarde, al tiempo que él recogía sus cosas, ella puso un disco que le gustaba mucho, de hace ya algunos años. Entonces encendió un cigarrillo y se quedó mirando por la ventana mientras, muy despacio, con las manos en los bolsillos de su cazadora, él se marchaba.

- ¡Mira que si cualquier tarde vuelve y quedamos para tomar un café en uno de esos lugares que hay por ahí, que conservan el encanto de antaño en sus veladores y en esa luz tamizada que se filtra a través de sus ventanas, que parece que también ella quiera tomarse un café y calentarse un poco!


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