viernes, 20 de septiembre de 2019



LA PROFESORA DE FILOSOFÍA E HISTORIA
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Un compañero de curso, muy amigo, una tarde en que salíamos de clase, me dijo que le pasaba algo que creía que era grave, pero que todavía no podía contarme nada. Ya podéis imaginar mi desconcierto pero, claro, tampoco le quise insistir
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Pasó una semna y me contó que estaba muy enamorado de alguien, que no hacía más que pensar en ella y que no sabía qué hacer. Tal era su actitud que hasta sus padres le habían notado que algo no iba bien.
- ¿Pero te pasa algo, Manolo? Nos tienes preocupado.
- Nada, madre, no es nada, solo son los estudios, tengo que empezar a preparar los exámenes y quiero que todo vaya bien, nada más que es eso, no te preocupes.

Naturalmente mentía. Entonces le hablé...

- Pues tampoco pasa nada, hombre, yo creía que era algo grave lo que te ocurría ¿A ver si ahora vas a ser el primero que se enamora, no te digo...? Eso no tiene importancia, hombre.
- Ya... pero es que estoy como obsesionado, no hago más que pensar en ella todo el santo día.
- Pues tómatelo con calma, eso es que te ha dado muy fuerte pero a veces, esas cosas igual que vienen se van,


Entonces se paró de pronto y cogiéndome fuertemente del brazo, me habló casi al oído...
- Es la profesora de Filosofía pero... pero ¡por tu padre! ni se te ocurra decírselo a nadie.
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A la semana siguiente, en un recreo de la tarde, me dijo...

- Fíjate, ya estoy como un flan solo de pensar que ahora mismo la voy a volver a ver. Mira, mira... - y entonces, cogiéndome la mano, se la puso en el corazón - ¿ves lo rápido que va?
- Bah, no te obsesiones que no se te nota nada.

Eran las seis menos cuarto, justo cuando empezaba la última clase de la tarde. Subida en la tarima, la Srta. Susana se dirigió a nosotros juntando y separando sus manos según nos hablaba.
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- Hoy vamos a comenzar con los silogismos, así que os iré explicando en qué consisten, las partes de que constan y la falsedad que encierran algunos de ellos por no cumplir sus reglas.

 La verdad, es que en seguida me di cuenta de que aquella mujer tenía algo especial. Era curioso que antes no lo hubiera advertido y sin embargo ahora... Claro que en eso mucho tuvieron que ver, seguramente, los comentarios de Manolo. Ahora la veía elegante, cercana e incluso atractiva, 
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Los días que siguieron se habían convertido en un tótum revolútum, donde se mezclaban la pasión de Manolo, el enfado y reprimenda de sus padres, pues ya estaban al cabo de la calle de lo que le pasaba, y también el no saber yo qué decirle para que aquel surrealista enamoramiento no fuese a más. 


Pero otro día, paseando por el puerto, la vimos venir de cara hacia nosotros desde la punta del muelle España.
- Hola, Srta. Susana.
- Hola ¿qué tal va todo? - nos dijo pero mirando solo a Manolo.
- Pues bien, dando un paseo - balbució Manolo.
- Estupendo, estupendo, yo ya marcho para casa.

Fue muy corto el encuentro, brevísimo pero lo suficiente, yo que me las daba de observador, como para darme cuenta de que ella estaba al tanto del azoramiento que le había entrado a Manolo nada más comenzar a abrir la boca. La verdad era que, siendo claros y sinceros, la Srta, Susana era realmente elegante y muy atractiva.
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Pues bien, transcurrieron unos diez años cuando, estando Manolo desayunando en una cafetería del Paseo de La Habana de Madrid, vio a través del ventanal la figura de alguien que le pareció la Srta. Susana. Asi que dejó  el desayuno en la mesa, y salió a la calle para cerciorarse de si era ella o no. Por el pelo desde luego no, a no ser que se lo hubiera cortado o se hubiera cambiado el color. En cambio sus andares sí se lo parecían así que anduvo más rápido pero separándose hacia un lado para ver mejor su perfil y... efectivamente ¡era ella! no había dudas. Entonces disminuyó la marcha.

Días después, tras averiguar donde vivía y donde trabajaba, comenzó la operación del encuentro casual. Fue a la salida del trabajo una tarde que chispeaba pero que hasta las nubes sonrieron ante semejante encuentro. Al cruzarse, volvió sobre sus pasos y casi metiéndose bajo el paraguas la abordó.
- ¿Srta. Susana...?
- ¡Manolo! ¡Manolo Gomis! ¿Qué tal estás? ¡Qué alegría! ¡Qué cambiado estás!
-  Me alegro mucho de verla.
- Y yo también me alegro. Pero métete debajo que te vas a mojar.
- Vale... ¿le apetece un café?
- Claro, mira, ahí mismo en Royalty. Ten, lleva tú el paraguas.

Y así fue como, después de tantos años se encontraron, pasaron toda la tarde charlando, dejó Manolo de llamarla de usted y comenzaron a verse más de una vez y más de tres pero sin silogismos, premisas o conclusiones que valga.






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