miércoles, 18 de septiembre de 2019

UNA TAZA DE CAFÉ, Y LO QUE VINO DESPUÉS

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Después de comer, Pablo pensó en llamar a Almudena para ver si le apetecía tomarse un café con él. Ella le dijo que sí pero arrancándole antes la promesa de pasar después por una galería donde una amiga suya exponía sus cuadros.

Cuando Almudena salió de casa, el sol pintaba de naranja las copas de los árboles del bulevar, dándole a la tarde esa envidiable apariencia de otoño. También el frescor de la sierra había comenzado a bajar y el parque se sonrojaba de tanto color, pues de lejos, más que un jardín, parecía la paleta de un pintor.

- ¿Te gusta la pintura, entonces? – le preguntó él, nada más sentarse ambos a tomar ese café.
- Psché… No puede decirse que sí ¿lo dices por lo de esta tarde? es más bien un compromiso, además sólo me gustan escogidos y determinados cuadros.
- Es una forma de empezar ¿no?
- ¿De empezar? No lo creo, además tampoco tengo el menor interés en iniciarme, me gustan algunos y ahí acaba todo.
- ¿Pues sabes que te digo? que haces muy bien.

Eso conversaban Pablo y Almudena, sentados frente a frente, en una de las mesas del Gran Café. Y como unos minutos la había visto venir caminando por el bulevar, pararse ante la cristalera y mirar hacia dentro a ver si lo localizaba, volvió de nuevo a sorprenderse al comprobar lo atractiva que la encontraba.
Llevaba el pelo aún revuelto por el aire que se había levantado y vestía un jersey de color rosa y cuello alto, que hacia resaltar el moreno de sus marcados pómulos y esos ojos oscuros a veces tan tiernos y otras tan duros.
- Oye… - le dijo él
- Dime.
- ¿Nunca te fijaste en los comportamientos que se tienen con las diferentes artes?
- ¿A qué te refieres?
- Piensa un momento en la música, la literatura y en la pintura misma, por ejemplo.
- Pienso…

Entonces Pablo comenzó a contarle las diferencias que él observaba. Las cuales, siendo tan evidentes, no dejaban de sorprenderle.

- Mira… Si una pintora pinta un cuadro, todo lo que ha volcado en él, está en ese soporte, único e insustituible ¿de acuerdo? Sin embargo cuando Beethoven parió la Pastoral, el soporte, la partitura, ya era lo de menos, igual daba una copia. Algo similar ocurre con la literatura, cuyo manuscrito, aunque ahora ya ni eso, podía tener el valor que se quisiera pero en ningún caso literario.
- Está bien lo que dices ¿sabes…? nunca me había parado a pensar en eso.

Se había puesto a llover y los goterones pegaban contra la cristalera con ese son tan rítmico y evocador. La tarde se alargaba y una dulce y hermosa nostalgia quería pegarse a las paredes y muebles del Gran Café como si no quisiera irse jamás.
- ¿Sabes, Almudena?
- Dime. Le dijo acercándose un poco para escucharle con más  comodidad.
- Pues nada, que no me duelen prendas el decírtelo, pero hoy te encuentro interesantemente atractiva.
- ¿Interesantemente?
- Sí, igual no te gusta el adverbio o no supe elegir la frase adecuada pero te aseguro que, con ella, he querido expresar de la manera más clara lo bien que me encuentro tomando aquí este café contigo.
- A veces, Pablo… a veces...
- ¿A veces qué...?
- No, no te lo digo porque me da vergüenza.
- Le dijo al Woody Allen, la Sharon Stone.
- ¡Jajaja...!

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Como una gasa violeta, la pequeña neblina flotaba pálida sobre la ciudad. Almudena y Pablo caminaban despacio por el bulevar cuando hacía ya unos minutos que habían dejado la galería. El aire era fresco pero muy agradable. Atravesaron el parque y algunas hojas, bajo el peso de sus pisadas, sonaban como suenan los caparazones de algunos insectos cuando se les sentencia a muerte y se les ejecuta.

Pablo venía agradablemente sorprendido por la simpatía y amabilidad con que la amiga de Almudena les había tratado, y ella caminaba feliz porque llevaba bajo el brazo el cuadro que su amiga Rosa, la pintora, le había regalado.

- ¿Tanto te gusta ese cuadro?
- Sí, pero es que además le tengo un cariño especial pues viví casi todo su proceso desde que empezó a pintarlo.
- Desde luego me encanta el color, y la modelo es preciosa.
- ¿Tú crees? Pero si apenas se le ve la cara.
- Esas cosas se intuyen, Almudena, además, para tener ese cuello hay que ser muy bonita. Vosotras como no entendéis de mujeres…

Y Almudena, con una sonrisa de lado a lado, lo cogió del brazo, marcó bien los pasos y mirándole, le preguntó:

- ¿Y tú, qué es lo que entiendes de nosotras? A ver, cuéntame.
- De vosotras entiendo bastantes cosas, pero de ti lo entiendo todo.

Y echándose a reír, continuó:

- Pero no me hagas mucho caso, porque yo por las tardes soy muy mentiroso.
- ¿Sabes? Así de pronto me han entrado unas ganas irreprimibles de destaparlo y ponerme a mirarlo.
- Pues por mí… ya estás tardando.
- No, pero aquí no, necesito iluminarlo bien. Ven, crucemos ahora ¡rápido! – y cogiéndose de nuevo del brazo, aligeraron el paso y tomaron el camino de su casa.

Nada más llegar, Almudena había dejado el cuadro sobre un caballete, orientándolo de tal forma que incidiera sobre él la luz de ese foco cenital que tanto le agradaba. Y mientras conversaba, lo miraba de vez en cuando, tal era la fuerza con que la imagen de aquella excitante mujer se proyectaba sobre ella.

La mujer se llamaba Andrea y, según le contó, era una modelo que conoció en vida y por la que, antes y tras su accidente, comenzó a sentir una gran admiración. Tanta que pronto se dio cuenta de que, sin pretenderlo, hacía ya tiempo que imitaba su forma de hablar, de mirar e incluso su manera de comportarse, como si le hubiera dejado un camino por el que tener que andar y superarse. Su admiración llegaba a tal extremo que hasta procuraba vestirse con los mismos colores con los que ella siempre se había vestido. 

Mientras, Pablo y Almudena charlaban… él le hablaba de que cada vez le costaba más escribir y que se le ocurrieran cosas, y ella le decía que quizás era una buena señal, que lo que pasaba es que ya no se conformaba con lo que escribía antes, que quería ir más allá.
- A veces, Pablo, viene muy bien ese momento de espera.
- Tú siempre tan amable…
- No, creo que es la verdad, cuando te atascas en algo, ya sea en el ejercicio de tu mismo talento o en la resolución de un problema que te agobia, nada hay mejor que distanciarte y elegir otra perspectiva. Luego, nada hay más gratificante que, sin saber cómo, darte cuenta de que todo comienza a fluir ¿o nunca te pasó esto a ti?
- Alguna vez, alguna vez… 

Esa noche, Almudena se sentía contenta pues su amiga Rosa al fin había accedido a rematar aquel bello cuadro que llevaba meses sin poder arrancarle sus últimas pinceladas, y también porque le agradaba escuchar las cosas que Pablo le decía, mientras saboreaba aquel ron con limón que tanto le gustaba.

- Anda, ven, ven y siéntate a mi lado, que esta noche necesito tener a alguien muy cerca, que me cuente cosas pero que también me escuche.

Arriba, la luna, aunque hacía enormes esfuerzos para que no se le notara, sentía una envidia infinita de que aquel foco cenital no estuviese apagado y entonces fuera ella quien iluminase la bella imagen de Andrea.

- ¿Sabes? Ahora mismo tengo la sensación de que… como si ese cuadro me acercara más a ti.
- ¿El cuadro? ¿acercarte a mí? ¿Y luego me dices que yo soy de los que no hay? Pues durante todos estos días yo no necesité ni cuadro ni de nada, ya lo ves, esa es la diferencia de la que presumen algunos humanos – le dijo tomándola del cuello y girándola hacia él, por si no le había quedado claro.
- Tú es que siempre me pareciste tan seguro...
- ¿Yo? Pero si ahora mismo no sé ni cómo manejarme, mi niña.
- Pero qué poca vergüenza tienes… Y no me digas mi niña que la vamos a tener.
- No caerá esa breva. De verdad, te juro que durante toda la tarde fui de sorpresa en sorpresa. Empezando porque no sabía si ibas a querer tomarte esa taza de café conmigo…
- ¿Estás hablando en serio?

Y ante la cara de incredulidad de Almudena, continuó:

- Siguiendo porque me ha impresionado muy favorablemente ese amor que le tienes a ese cuadro, no te pegaba nada pero lo cual dice mucho de ti, y terminando porque ahora me siento como un indefenso pajarillo.
Almudena se reía observando la facilidad que Pablo tenía para pasar de la seriedad a la risa ¿o es que ese cambio quizás era debido a su timidez que se le quedaba en seguida en pelotas, por no saber si luego vendría el esplendor o ese humillante… es que no ha pasado nada. Entonces se miraron muy de cerca pero con tanta complicidad que ni uno ni otro quisieron tomar ventaja ya que las cartas estaban echadas.

Pablo le escudriñaba los ojos, las cejas, la nariz y sus carnosos labios desbordantes de sensualidad. Fue el instante en que, acercándose tanto que ya no podía hacerlo más pero menos aún volver ahora atrás, Pablo comió de aquella fruta jugosa, muy despacio, y dando rienda suelta a lo que más de una vez había imaginado. Pero se quedó corto al comprobar la calidez con la que los labios de Almudena abrazaban los suyos. Entonces volvieron a mirarse y abrazarse inventando caricias que ninguno de los dos supo de donde salieron.

- ¿Sabes? – le dijo ella – te voy a ser muy sincera y me da igual lo que ocurra pero no me lo voy a callar, así lo siento. Y es… que nunca pensé que llegaríamos a esto.
- ¿Pero a qué hemos llegado? - le preguntó él, acariciando su cabeza mientras la apretaba con una sola mano contra su pecho, como se coge un balón de baloncesto.
- Te había observado muchas veces pero nunca te imaginé así y me da miedo.
- ¿Imaginarme cómo? ¿Y miedo de qué, chiquilla?
- Me encanta cuando me dices chiquilla. Oye, imaginarte… es que no me vienen las palabras, Pablo, pensaba que con esa forma, a veces tan despreocupada de comportarte harías aguas en seguida por cualquier parte.
- No desesperes que aún no terminó la noche.
- ¿Lo ves?
- Vaaaaale… ¿y lo del miedo?
- Pues porque cuando mejor comienzan a rodar las cosas, más se mira a todas partes como si temieras que todo y de repente se fuese a trastocar ¿o a ti no te pasa?
- Pues no, eso es complicarte la vida demasiado.

Con los minutos que pasaban y siempre bajo esa luz cenital del foco, la imagen del cuadro parecía cada vez más bella y como si fuese real. Desde la cama, arrinconada en la habitación, y abrazándose las piernas con los brazos, Almudena admiraba aquel perfil que tan bien conocía, como si fuera el acicate con el que recordar el bonito rostro de Andrea. Pablo se quitó la camisa, se encendió un Ducados y puso la cabeza en su regazo. Ella se inclinó y lo besó en los labios.

Trepaba la madrugada como una ladrona subiendo por la fachada de aquel edificio donde había un cuadro con una imagen iluminada y una cama entre caricias desordenada. La pasión desnuda de dos amantes abrigados por el frenesí y el calor de unos cuerpos que parecían hechizados. Y en aquel placentero disfrute, ella no dejaba de mirar el retrato de la modelo que solo presentaba un medio perfil, como si le diera reparo girarse y verla con él allí.

Fue entonces cuando llegó el instante supremo en que ella lo sintió con el más hondo de los placeres como se espera a alguien al que has estado deseando durante tanto tiempo, y en el que también él se adentró con el más contenido júbilo del que esperaba ser tan bien recibido. La noche fue una noche fascinante, con silencios, sin tensiones y con tiernas convulsiones.

La imagen de Andrea siguió de perfil pero escapándosele una lágrima que por supuesto Pablo no vio. Sólo Almudena pudo darse cuenta pero ya no le importó.

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